Está a
orillas del Guadiana. Un poco más allá, conforme se anda con el sol, la frontera con Portugal. Al Sur, ciento
noventa y ocho kilómetros, la separan de
Sevilla; al Norte, después de cruzar el Sistema Central que por que por aquí se
llama Gredos, o Sierra de Tormantos, o Sierra de Béjar, o Las Hurdes, se llega al Campo Charro.
El
emperador Augusto llevó a cabo una reestructuración de la Península Ibérica
para su mejor gobierno. La dividió en provincias. La Lusitania integró a las
tierras bañadas por el Tajo y el Guadiana hasta los confines del mar donde los
hombres sentían el miedo por lo desconocido cuando se atrevían a adentrarse en
sus aguas. Fundó una ciudad; le dio su nombre: Augusta Emerita.
Emerita
Augusta - el orden de los factores no altera el producto - fue la capital de la
Lusitania; casi en la linde con el límite de otra provincia de Roma con nombre
propio, la Baetica. La Baetica tuvo su capital en Itálica y al otro lado del
río Hispalis. De allí salió gente, mercancías e identidades que
engrandecieron el Imperio.
Roma se
llevó mucho; Roma dio mucho: lengua, organización política y social; Derecho
romano, obras públicas, comunicaciones… Una vía que, entonces, a las carreteras
se les llamaba así, unía el norte de Iberia con Itálica pasando por Emerita
Augusta, la Mérida de hoy.
El Museo
Arqueológico Nacional ha montado una magna exposición de piezas recuperadas de
aquella provincia romana. Piezas que se conservan en museos españoles, el
propio de Mérida, de Cáceres, de Badajoz o de ciudades portuguesas – que
entonces no había lindes – de Lisboa, Castelo Branco, Beja, Faro…
La
exposición hace una recorrido, a través, de lo recuperado por la Arqueología. Muestra
cómo fue la vida hace más de dos mil años en que Occidente asimiló la cultura
romana. Piezas únicas y restos mutilados hablan de un esplendor poco común, y
del que pocos pueblos pueden sentir el orgullo de tenerlo en sus raíces.
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