lunes, 18 de julio de 2016

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Olivos

Están ahí; donde siempre. Se peinan de verde y plata. Tienen la cabeza llena de pájaros: acuden y se posan en sus ramas. Son un área de descanso sin peaje. Se ofrecen desde lejos. En el olivo de la hueca, el que está arriba, conforme se corona el cerro, entre dos piedras grandes, hay algo especial: hay un nido tardío de tórtolas del terreno.

El nido está en la cruz del olivo. Los olivos saben mucho de cruces. Ellos hablarían de otra cruz. Son letras hilvanadas de una crónica donde cuentan que Alguien una noche de luna sudó sangre y pidió un imposible. No le hicieron caso.

Desde hace unos años las tórtolas turcas son unas invasoras silenciosas: se ven cuando ya no hay remedio. Son unas tórtolas de arrullos tontos,  (como el discurso monocorde de un político arribista) que enturbian y contaminan el aire.

Las tórtolas turcas son perniciosas. Se han apoderado de todo.  Poco a poco. Están en los jardines, en los cipreses, en los bordes de las carreteras. Han desplazado a las otras, las que iban y venían a África como quien va a tomar café al bar de la esquina.

Los olivos soportan el solano y levante;  el viento frío del invierno y los soles que achicharran en verano; los olivos agradecen los aguaceros y la lluvia que vienen de la mano del temporal.  Los olivos son árboles que sufren en silencio. Sufren el hacha del cabrero; la vara del aceitunero; el ordeño…

Ya están llenas sus ramas de frutos nuevos. Son cuentas de un rosario de ilusiones. Las dobla el peso. Son varas que hacen  reverencias. El refranero dice que “una en san Juan, ciento en Navidad”. La trama dejó las flores; se abrió paso el cuaje; llegó el fruto  nuevo y ahí está la aceituna en la espera de la maduración que les va a dar el tiempo.


Serán aceitunas de molino sangradas por la piedra. Los olivos seguirán ahí. Sin pichones en el nido, sin renuevos. El viento década mañana dirá que, como siempre, se seguirán peinando de verdes y plata… 

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