sábado, 16 de julio de 2016

Una hojas suelta del cuaderno de bitácora. Las nuestras: Luisa de Carvajal y Mendoza

Los aires del norte de Monfragüe acariciaron la cara de una niña nacida en la mediación del siglo XVI. Jaraicejo, su pueblo. Sus padres Francisco de Carvajal y María de Mendoza. Con seis años pierde a los dos. Su vida, un calvario.

En Madrid la recoge una tía abuela, María Chacón, aya de las princesas Isabel Clara Eugenia y Micaela Catalina. Muerta María la envían, con poco más de diez años, a Soria. La acoge su tío Francisco Hurtado de Mendoza, marqués de Almazán. Recibe una educación en rezos, latín y clásicos. Lo propio de la época y su clase.

Nombrado virrey de Navarra la manda llamar. La niña tiene 13 años. Va sola, sin su tía, ni primas, ni ama de llaves…En un manuscrito posterior Luisa no llega a explicar claramente lo sucedido. Se abren muchas interrogantes. En el escrito – dirigido al confesor – afirma que el marqués la sometió “a sádicas penitencias”.

Un año después ya no está bajo su ‘protección’. Vive sola con la compañía de una criada. Muerto el virrey reclama la herencia. La dona a los jesuitas y se va vivir a Valladolid. Por su mente cruza una idea: quiere ser mártir.

A los 26 años abandona las costumbres de la nobleza. Viste de monja, sin serlo, en su casa. Su anhelo, marchar a Inglaterra donde los católicos sufren persecución. Ella quiere inmolarse con ellos. Pasa por Lovaina, París y Bruselas. Comienzan sus escritos místicos y poéticos.

En 1608 sufre el primer encarcelamiento en Londres. Sale de prisión por el apoyo diplomático del embajador español. Se dedica a recoger miembros amputados a los ejecutados; les da carácter de reliquia. Funda la Compañía de la Soberana Virgen María, Nuestra Señora, para mujeres.

Cinco años después, el arzobispo de Canterbury la vuelve a encarcelar, conjuntamente, con tres compañeras. La acusan de conspirar contra el rey inglés, Jaime I y su parlamento. Nueva gestión diplomática. El rey español, Felipe III, harto de conflictos diplomáticos ordena su regreso a España. Muere, en la casa del embajador.  2 de enero de 1614


Su obra poética y epistolar se conserva en el Real Monasterio de la Encarnación. Madrid le ha dedicado una calle entre Julián Camarillo y Albalá, en la prolongación de Carlos IV, cerca del Parque de los Arcentales…

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