Dicen los que saben que es una planta que se
extiende, de manera silvestre, a ambos lados del Mar Mediterráneo, desde Asia Central hasta el
Estrecho de Gibraltar. La agricultura moderna ya la obtiene en cultivos.
Cervantes en su obra, Rinconte y Cortadillo habla de ellas: “… y gran cantidad de cangrejos, con su llamativo de alcaparrones
ahogados pimientos, y tres hogazas blanquísimas de Gandul”.
La planta no quiere suelos muy ricos. Busca zonas
áridas donde la lluvia escasea y el calor, sobra. Crece en taludes, laderas
soleadas, o sea bien orientadas, en suelos calizos y no huye de terrenos ricos
en sal o en yesos. Vamos que es dura como ella sola.
Rastrea el suelo, se deja caer por la ladera o se
desparrama con un crecimiento más a lo largo que a lo alto. Es una planta pobre
en hojas, espinosa – como todas las que se adaptan a la sequedad – y junto a
sus hojas deja que crezcan espinas a modo de púas duras y afiladas en las
puntas.
La flor, preciosa. La planta se viste de colores
rosáceos tiernos y se abren a modo de rosas de Jericó. Cuando fructifican la
flor se pierde rápidamente por lo que en una planta puede darse el caso de
tener frutos y flores, a la vez.
La industria la emplea en los curtidos; la
gastronomía moderna la pone como acompañamiento del salmón ahumado o como un
espurreo en las pizzas. Para encurtirlas se usa vinagre y sal. El proceso es
lento; necesita maceración y pericia de quien lo hace.
En farmacia
su uso, amplio. Tiene muchas propiedades: diurética, depurativa,
vasocontrictor, ayuda a la vesícula biliar, astringente, expectorante… Es rica
en minerales: hierro, cobre, magnesio, sodio y nutrientes.
En España, con ligeros variantes, se le llama con
nombres muy parecidos entre sí y todos
evocativos de su propia esencia. Se recolectan en primavera. Fueron, en un
tiempo, ayuda estimable en la economía
de familias modestas. Las tenemos ahí, ahí mismo, casi en la puerta de la casa…
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