Ronda despierta pletórica de luz; es una ciudad
hermosa. Ronda tiene arte en sus calles y en su historia. Lleva de su mano
tantas cosas que hay momentos difíciles de separar entre qué es embrujo y qué
realidad.
Me echo a andar. Callejeo. Calles estrechas; están
todavía en sombras. Es temprano y ya hace calor; el cielo, azul y muy limpio.
El trazado de las calles de la ciudad tiene la habilidad de llevar siempre a
quien deambula hacia el mismo sitio.
La calle de ‘la Bola’ es el crisol donde se funden
todas las gentes que acuden por diferentes motivos. Viene gente de la Serranía.
Los traen los asuntos más dispares: una visita al médico o al hospital; un día
de compras; un paso por la gestoría para arreglar unos papeles; unas gestiones
de cualquier índole.
Acuden autobuses. Muchos autobuses. Están estacionan
junto a la Real Maestranza de Caballería; luego, al caer la tarde, devolverán,
por el mismo sitio, a los turistas a sus puntos de orígenes.
Vienen desde lugares lejanos. Pasan unos días en la
Costa del Sol; han subido por la carretera de San Pedro y, después de coronar
la sierra que la separa de la mar, se desparraman por sus calles. Se acercan a
los bares tópicos, digo y quiero decir, tópicos; van a la plaza de toros, se asoman
al Tajo; pasean por la Alameda.
Han levantado monumentos a Orson Welles y a Hemingway que “aspiraba
a escribir como se torea en Ronda: sobrio, de repertorio limitado, simple,
clásico, y trágico”.
Villalón la vio como “la de los toreros machos”.
Pedro Romero, sigue ahí, de pie, a la entrada del parque. Pedro Romero creó
escuela. Después vinieron el Niño de la Palma y Antonio Ordoñez; Cayetano y
Francisco…
Las montañas, en el horizonte, son líneas de tintes
violetas; el Guadalevín, en la hondonada, busca el Gaudiaro entre choperas,
sauces y álamos blancos que serán oro viejo en otoño. Solo faltas tú.
Ronda está ahí, donde siempre. La gente va y viene;
una brisa suave mueve las copas de los árboles del parque; la sombra de Vicente Espinel junto a Santa
María la Mayor, y la de Rilke, y la de bandoleros
y, la de los amores que se quedaron en sueños…
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