Rafael de León, sevillano nacido en la misma calle
que Manuel Machado, compuso un romance a ‘La Lirio’. Habló de cafés de
marineros y de la mar que va de Cádiz a Almería y de niñas morenas con penas
encerradas muy adentro y…
Se han echado al rebalaje los pueblos costeros. Los
ha convocado la Virgen del Carmen. A la Virgen de la mar, en el atardecer del
día dieciséis de julio, o sea, en su festividad la procesionan por tierra; la
embarcan y, luego, la traen sobre embarcaciones de pescadores que son los que
realmente saben de ella en medio de las tempestades y los temporales.
“A la Virgen cirios y a la mar, maera” que decía la
copla. Viene sobre una jabega, y donde
entregan las olas su espuma, los
hombres echan pie a tierra y la Virgen
sale de la mar. Viene escoltadas
por otras barcas y por música de caracolas y…
El mar cambia de color cuando declina la luz y “se
torna verde, verde azulado, de un color verde revoltoso” que dice una amiga
mía, para contraponer los colores del crepúsculo con encajes de pespuntes de
vainica doble y nácar de olas.
Está la tarde de marengos en la playa, y niñas de
ojos grandes y jazmines en el pelo; está la tarde de hombres con la cara
curtida por el salitre y manos encallecidas de tirar del copo; está la tarde de
evocaciones y recuerdos.
Y me acuerdo de mi entrañable, mi querido Paco
Rengel, que me llevó una tarde hasta la orilla de la mar de El Palo y luego, con
otro amigo común, José María Martín Urbano, supimos lo que puede esa fe
despreciada por los ‘doctos’, y que llaman ‘fe del carbonero’. Bendita fe de
todos los carboneros.
Por el horizonte van otros barcos. Son grandes
barcos. ¿Irán para Almería? ¿Irá para Cartagena? Nadie lo sabe. Solo los veo perdidos,
en la lejanía, entre esa bruma que sube cuando la luz se va. Parecen
quietos; están en movimiento, como está
en movimiento, hacía ti, mi querido Paco, el recuerdo.
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