De: El camino desandado (Inédita)
DIEGO
MAMELY y II
6 de marzo.-
Sobre las seis y veinte, Diego Mamely, a hombros de los suyos, ha salido de la
iglesia por la puerta de la calle Bermejo. La puerta de tu calle, -de tu calle
de cuando éramos niños y jugábamos a ser felices- y del almacén de tu Virgen de
los Dolores, y del panteón donde veíamos
como Martín, “el de la
Baratera ” se las ingeniaba, en la Semana Santa , con los pocos
lirios blancos que tenía para sacar lo más decente posible el trono a la calle
en aquellos años de carestía. Te he visto ir. ¿Recuerdas, Diego, aquellas
tardes de mayo, cuando don José Oropesa nos hacía escribir al dictado aquel
texto que ya sabíamos de memoria:
“resonaba en el fondo de la galería un piano destemplado que parecía balbucear
de mala gana…?” Tú, eras siempre el primero, en Matemáticas. Y cantábamos
aquello de “Machichaco en Vizcaya,
para tomar respiración en Traflagar y
Tarifa en Cádiz, y concluíamos con el de Creus, que debía estar lejísimo, por lo que nos costaba llegar. La clase olía a sudor de niños y a agua
de varios días en tarros de cristal con azucenas para el Mes de María. Tampoco
queda nada del viejo caserón que daba a tu calle y a la plaza donde jugábamos
en el recreo. Ahora siento una profunda melancolía. Me invade. Me posee. Se
apodera de mí y, a veces, me vienen pensamientos que hay que desterrar con la
velocidad del rayo. Te has ido, Diego, y hay cosas que no se le hacen a los amigos porque ya ves,
pasan los días y eso que llamamos tiempo, pero, tú, no pasas.
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