sábado, 15 de marzo de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Raquel

                                               

Tiene dos docenas de amapolas entre sus días; tiene dos ramilletes de azahar de las que florecen en primavera; tiene, entre sus manitas, dos ramilletes de romero del que se cría en las sierras que su abuelo correteó de niño; tiene el perfume que da dos años de vida.

Raquel nació con todas las papeletas, todas, para no sobrevivir. Y sobrevivió. Hay que pensar que los milagros y la ciencia, a veces, no van muy lejanos entre sí. Raquel es la respuesta a las preguntas que se quedan en los porqués. Raquel es una eclosión de eso que llamamos vida.

Acaba, su abuelo, de publicar un artículo precioso. Da la noticia y lo comunica para deleite de todos.  Las pesadillas terminan en sonrisa cuando se despierta del mal sueño. Les ha ocurrido a toda su familia; los amigos, nos hemos acercado, pero siempre desde la orilla. Los que cruzaban el río eran ellos.

Raquel, en opinión de su abuelo, es una guindilla. Ya saben. La guindilla pequeñita, preciosa e imprescindible para todo a lo hay que darle un punto que diferencie. O sea, que le dé pique a la vida. Estoy seguro: se lo va a dar. Y con creces.

Corren tiempos de confusión, de gente que de un contravalor hace un estandarte. Esta ‘noia’ – no sé si se dice y se escribe así- acaba, sin proponérselo, de dar una lección: sobrevivir contra el pronóstico más hostil. Viene a un mundo inhóspito. No importa. Ésta se reirá de los peces de colores.


Raquel es la brisa fresca en una calurosa tarde de verano; Raquel es la espuma que corona las olas en un día soleado y azul; Raquel es la espiga que mece el viento en un trigal abrileño. Raquel es la esencia de la vida misma. Gracias, Raquel por ser ¡ya! como eres.

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