SORIA
DE LEONOR
Una mañana fría y gris. En la autovía un cartel anuncia:
‘Soria Sur’. Giro. Entre el arco grande de piedra, a la derecha, a modo de
acueducto, sobre el río y la estación, al otro lado, se abre paso la carretera.
La ciudad tiene poca densidad de tráfico. Aparco junto al “olmo
viejo, hendido por el rayo”. Rodea el olmo una pequeña verja de hierro forjado.
Desde una placa donde se exhibe el poema - escrito durante la enfermedad de
Leonor - una cadena lleva al tronco seco. Una mano lo acaricia. Detrás de la
tapia de piedra y ocre, cipreses. El Espino: “donde está su tierra”.
Me echo a andar. No hay gente por la calle. Por San Juan de
Rabanera bajo al Collado. Unas mujeres me dicen que como se han cumplido 75
años de la muerte del poeta han colocado una estatua de bronce, en la plaza
Mayor, frente al Ayuntamiento, junto a la iglesia de Santa María la Mayor.
Voy. Conforme se llega a la puerta de la iglesia - las
señoras se han vuelto para acompañarme - me dicen que está como se llevaba entonces:
la mujer de pie y el hombre sentado. Leonor apoya sus manos sobre la silla
vacía. Bueno, vacía no, acoge el recuerdo. En frente, las colinas peladas por
el frío del invierno cantadas por don Antonio.
Por la calle de la Aduana Vieja llego donde el Instituto.
Pido permiso. Entro. “A la derecha, al fondo del pasillo”, me indican. Les digo
que conozco el camino. Sigue allí, como la primera vez que llegué a ella. ¿Te
acuerdas, hermano? No quisimos, entonces, -ahora tampoco -, sentarnos en el
sillón del Maestro.
Uno sabe que todo es
postizo. Reconstrucción de algo que fue y no es. Flota en el aire algo
especial. Silencio. Mucho silencio. En la planta superior, colegiales de hoy.
No sé si estudian. ¿“Monotonía de lluvia tras los cristales”? No llueve pero hace
frío. En Ibercosas Clase me compro unos libros: de José María Valverde, Antonio Machado, 2ª edición; de Avelino
Hernández, Una vez había un pueblo…
Y, uno sigue viaje.
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