Dios nos libre del día de las alabanzas. Ha sido hoy. Pasado el medio día salta la noticia. Televisiones, radios, periódicos, e-mail… Todos lo dicen: Suárez ha muerto. Fue, en una clínica, al oeste de Madrid y la enfermedad – cruel donde las haya – esa de las ‘z’ y las ‘h’ que no sabemos dónde ponerlas se lo ha llevado.
Soplan vientos de alabanzas. Tantos que hasta he dudado de
escribir estas líneas: podemos caer en el empacho y entonces… Pero lo he hecho.
Naturalmente no voy a repetir todo lo que ya conocerán hasta la saciedad. No.
Me rondaba por la cabeza una idea. Debe ser duro que a uno
le muerda un perro callejero; debe ser traumático que lo haga el perro del
vecino al que se le da todos los días el saludo mañanero cuando lo saca a
pasear. Debe ser trágico que a uno le muerda su propio perro y en el salón de
su casa.
Me explico. Todos coinciden en la traición de los suyos.
¿Suyos? Desde luego, ‘suyos’, no. En los comentarios que han salido, todos, lo
querían horrores, pero lo dejaron solo, completamente, solo y lo abandonaron.
Buscaron los brazos de otra amante. Ninguno
- es natural – lo ha reconocido, hoy, públicamente. Pero es cierto: le
volvieron la espalda.
Han surgido alabanzas como nacen espárragos tras un temporal
de lluvia. A puñados. Ha habido,
también, un cenutrio… Bueno, si cada campana da el son que tiene, tampoco hay
que extrañarse muchos. Lo que sí es extraño es que no le hayan olido el pan en
seno –al cenutrio, claro - y siga, aún, ahí.
Ha muerto Suárez. “Todo pasa y todo queda” que escribió don
Antonio Machado… y lo que viene después. En la plaza de su pueblo, mientras una
periodista desplazada arrancaba palabras a los vecinos, un grupo de niños
jugaba con un balón. Ajenos a todo. Desentendidos. Ya se sabe. “… lo nuestro es
pasar”.
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