Hay una cosecha esplendida. No ha llovido mucho; tampoco
importa. Nacen - o vienen- por generación espontanea. Como a las esporas, los
trae el aire y los deja donde le parece. Uno aquí, otro allí… Ya se sabe, una
siembra a voleo. Al que le toca, le toca.
El diccionario dice del malaje que es una persona con poca
gracia (es generoso, le reconoce, aunque no en demasía, ‘alguna’, cuando dice
lo de ‘poca’), desagradable y con mala sombra. Es tan inoportuno como una carta
certificada de Hacienda: siempre viene mal.
En Granada lo llaman malafollá,
en Málaga gilipollas y, en otros
sitios, malapipa. Ninguna de las tres
acepciones las recoge la Academia de la Lengua. Son tan ‘desgraciados’ que ni
el diccionario los quiere. ¿Por qué será?
Tienen, también, una ‘punzá’
de memos, de tontos, de simples. De hecho son sinónimos. El malaje, por
supuesto, sabe lo que eso es; nunca se
lo aplica así mismo. Es para los demás. Está por encima. Es el más ‘listo’ de
la partida.
Hay, también, días ‘malaje’. Hoy por ejemplo. No hay nada
más que ver la televisión. Malajes son el Arturito Mas –perdón don Artur- y la
sombra estrábica que le sigue; malaje es el nota que le asestó, anoche, tres
puñaladas, a un colega en la puerta de una discoteca por unas copas mal bebidas;
malajes, los políticos ‘borrachos de sombra negra’ que no escuchan el clamor de
su pueblo.
Todo pueblo que se precie, tiene por lo menos, - oficial –
uno; arrimadillos al querer, algunos. Suelen estar siempre en el sitio más
visible. En el bar de la Cristalera, una mañana había colección.
-
Parece que, hoy, estáis ‘completitos’, le dice
Juan Fernández, veterinario de profesión, al camarero cuando contempla el
panorama.
-
Ya, sabe usted, don Juan, - le replica - cuando
una cabra se pierde ¿a dónde va? donde hay otra
piara…
El malaje, - personaje
sombrío - “al ver que otro se alegra, él se apena”, se entristece con el
posible gozo de los demás, es especialista en reventarla y sufre, con la
complacencia ajena. Calladito está más
guapo, si no habla, pasa desapercibido pero siempre, aparece… ¡Digo si aparece!
y, si está ‘perdido’, entonces, en piara.
Y hay días, como hoy, que son malajes y, uno, no sabe de qué
puñetas va escribir y, entonces, salen estas cosas.
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