Según
la estadística el Ayuntamiento de Sevilla es el primer productor de naranja
amarga – a mí me gusta más ‘naranja agria’ – de Andalucía. Las noches
andaluzas, de cualquier pueblo, de cualquier ciudad, baten todos los récords de
perfume…No hay ciudad que se le compare.
Porque
las ciudades huelen. Tiene olor propio. Según qué sitio y según qué tiempo. Y
así huelen a brea; a rastrojos segados cuando las estrellas se asoman en las
noches de estío; a aceite en los tiempos de molienda; a mosto en vendimia; a
canela, anís y matalauva cuando llega Navidad; a pan caliente en las tahonas de
pueblo…
La
floración viene cada año, con días de diferencia. Como viene la flor del
almendro y son gritos en medio del invierno; o al
Jerte llega la flor del cerezo; o la flor de manzanos y ciruelos; la
flor del naranjo, o sea el azahar, viene como las golondrinas, como la cigüeña,
como las tórtolas. En su tiempo.
Diminutas.
Pequeñitas. Casi piden disculpas por aparecer entre el verdor de la hojas.
“María cuando te asomas / a la puerta del corral / pareces un naranjo chino /
cargaito de azahar”. Así lo pregonaba el verdial. Son poesía hecha flor.
Las
noches de primavera – desde la mar azul hasta el Chorro- huelen a esencia. Están
las huertas en flor. Según qué variedad tienen un olor distinto. Azahares de
limón, de mandarinas, de granos de oro;
cajeles – ‘cajelillas de las güeñas’ - o
de agrias…Todas diferentes a otras flores. Tienen en común: su belleza. Lo dijo
Barbeito: “son lágrimas de Dios”.
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