A media mañana la gente se echó a la carretera. Una marcha
de manifestación. Casi cinco kilómetros de distancia - desde su casa a la
puerta del Ayuntamiento - y una distancia sideral entre el dolor y el porqué a una pregunta sin respuesta.
Mónica era una amapola que abría en la incipiente primavera.
Una obra mal conservada, una imprudencia y un ¡vaya usted a saber qué¡, le hizo
emprender el viaje definitivo para ella y, la sepultura, en vida para todos los
suyos.
Un canal mal embovedado, una malla que debería servir para
lo que se hacen esas cosas y que sin embargo, no servía, un cemento pasado de
fecha… todo lo que se aporta cuando ocurren estas cosas. Lo cierto que una vida
que empezaba a abrir al sol de la primavera se truncó para siempre.
Y, viene, lo que viene. ¿Qué más cosas tienen que ocurrir
para poner remedio? ¿Cuántos muertos hay que poner sobre la mesa para que quien
tenga que tomar las medidas las ponga?
Estará el medrador de turno sentado tras la mesa de la
delegación rizando el rizo para no crear problemas al que tiene por encima.
¡Ay, silloncito de mis entretelas y coche oficial y suelto seguro¡ ¡Ay, de la
poca - ¿poca?, no ninguna- vergüenza de quien tras el puesto de responsabilidad
la elude. Una vez más, paños y más paños calientes. Todo para nada. Todo un
palabrerío hueco.
En una mañana de marzo, vecinos, amigos, conocidos, con su
alcalde –que se representa a sí mismo y, a los que queriendo, no pudieron
ir- a la cabeza han pedido justicia.
Bien por ese alcalde y, por otros políticos, a quienes no ha importado jugarse
el puesto y ponerse del lado de quien sufre y pide justicia: Han recorrido un
camino largo en la distancia; insalvable en la pena.
Está a punto de reventar la primavera. Sólo que este año
faltará una flor, la flor más bella, la de
la vida de una niña que se abría pero que la desidia de los hombres la
truncaron como quien siega, sin mirar, ni cómo ni donde, en la más hermosa de
las praderas. ¡Justicia para Mónica!
No hay comentarios:
Publicar un comentario