22 de
septiembre, domingo. La Vera arranca en Plasencia. Cuando éramos niños y
estudiábamos las comarcas naturales de España, se llamaba ‘la Vera de
Plasencia’, y llega hasta Madrigal. La garganta de Alardos regala una orilla a
Extremadura; la otra, a Castilla. Candeleda ya no es Vera, y es de Ávila.
Casi
todos los pueblos de La Vera, la toman como apellido: Pasarón, Jarandilla,
Jaraíz, Valverde, Losar, Aldeanueva, Villanueva, Arroyomolios, Viandar,
Talaveruela… y, así, tras del nombre, indefectiblemente, la identidad: de la
Vera.
Solo un
puñado van por libres: Cuacos de Yuste, Torremenga, Tejeda de Tiétar, Garganta
la Olla o el Guijo de Santa Bárbara… En el monasterio de Yuste entregó su alma
a Dios, tal día como hoy 22 de septiembre de 1558 con solo 58 años, el hombre
más poderos de su tiempo: El Emperador Carlos I.
Por las
calles de Cuacos corrió Jeromín, luego, don Juan de Austria bajo la tutela de
don Luis Quijada y doña Magdalena de Ulloa… El agua de la fuente, al pie de la
peña donde crece una higuera silvestre ponía un rumor de embrujo a sus noches.
Sigue allí
el estanque donde el emperador dicen que pescaba truchas y el nogal junto a su
ventana y, sobre todo, la memoria de un hombre grande en la Historia de España.
Nació en Gante y murió en un lugar recóndito, bellísimo entre robles, y cantos
de pájaros. A él, el dolor de la gota lo acercó a Dios. Dejó dicho que fuese
enterrado de tal manera que al pasar los hombres simulaban que pisaban sobre su
cuerpo. Luego, su hijo, Felipe II lo trasladó al El Escorial…
Según don
Miguel de Unamuno en los pueblos de La Vera ‘chacharean las sombras’. Son
únicos; arriba, Gredos prolongado por la Sierra de Tormantos. Los Galayos y el
Almanzor arañando el cielo; por las gargantas baja el agua clara, limpia, fría,
muy fría. Modelan el granito, van al Tiétar…
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