sábado, 28 de septiembre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Pincelada blanca

 

                          

 

28 de septiembre, sábado. Desde la lejanía, el Valle de Abdalajís es impoluto. Recostado al pie de la mole de piedra caliza. Gris, la piedra; blanco, el pueblo. Hay dos formas de mirar a los pueblos. A saber: desde dentro paseando sus calles, y desde enfrente. Al final serán un todo distinto a la primera impresión.

Entra por el viejo puente de hierro sobre el arroyo de las Piedras. Se construyó en la segunda década del XX para salvar el cauce y para dar ocupación en un tiempo en que el trabajo escaseaba casi tanto como el pan.

Unos faroles de corte modernista aportan sensibilidad y buen gusto. Por debajo corre el agua, - cuando el tiempo lo permie - limpia y clara, sobre los cantos, como grandes panes, redondeados por la erosión y a la espera de un horno que no llegará nunca.

Veneran al Cristo de la Sierra, a San Lorenzo y a Madre Petra -que va camino de los altares- algo lento, eso sí, por lo del dinero que se precisa para estas cosas y, mueve el papeleo..., ya sabes. Fundó casa para acoger a los viejos a los que no quería nadie. Y les dio cobijo y cariño.

Junto a los lavaderos, cuando yo, me encontré con un pastor que por un casual bajaba de la sierra y le pregunté por el arroyo del enfrente. 

-  El arroyo del Búho.   

Y de corrido, el hombre siguió hablando y me dijo que se conoce, también, por el arroyo de ‘Pedro López’, por un cortijo que hay allí, “por debajo de las peñas aquellas” - me señaló - ¿lo conoce usted?, y la casa que hay un poco más arriba ‘Santaella’ y, la otra, de Juan Martín, y la que “asoma por cima de los olivos es la mía y de usted, ¿sabe?”

- Muchas gracias.

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario