domingo, 29 de septiembre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La voz de alguien

 

 

 

                                


29 de septiembre, domingo. Mañana soleada y fresca. Hace unos días que ha entrado el otoño. Ha cambiado el tiempo y refresca de madrugada. El meteorológico de estaciones; el otro de guerras, odios, sinsabores, desencuentros y todo eso y más, sigue lo mismo que ayer.

Estoy sentado delante de la página en blanco. Suena el teléfono. Es Lorenzo Orellana. Se interesa por la salud. Me pregunta si conozco la carta del Papa Francisco sobre la importancia de la literatura en la vida de los hombres.  (Carta del Santo Padre Francisco sobre el papel de la literatura en la formación, 04,08, 2024). Le digo que no; me da el enlace… Es una carta escrita en un lenguaje directo. Tiene 40 puntos.

Recuerdo cuando él, precisamente él, nos llevó de la mano a la literatura de Michel Quoist, en aquellas Oraciones para rezar por la calle. Ahora me lleva a una carta donde ese hombre vestido de blanco puntualiza sobre muchas cosas que no por conocidas las llevamos a la práctica.

La carta del Papa es sencilla, clara como el agua clara, diáfana que no por repetir las cosas dejan de ser menos importantes ni por ser conocidas siempre las tenemos al alcance de la mano. Al contrario, la mayoría de las veces, nos entretenemos con las florecillas del camino sin valorar que en el fondo es donde está verdaderamente el jardín.

Habla el Papa de la soledad, del vacío de horas muertas, de la incomunicación que, a veces, circula entre nosotros, y recomienda el profundizar en la literatura porque en el fondo vamos a llegar al corazón de otros hombres e incluso al nuestro propio.

 Cita el Papa a René Latourelle: «La literatura [...] surge de la persona en lo que ésta tiene de más irreductible, en su misterio [...]. Es la vida, que toma conciencia de sí misma cuando alcanza la plenitud de la expresión, apelando a todos los recursos del lenguaje»

Obviamente, en trescientas palabras es imposible resumir la carta. Me viene a la mente aquel pensamiento del viejo pescador acosado por la fatiga y los tiburones que echaba de menos al muchacho cuando navegaba hacia el puerto de La Habana “si estuviera aquí el muchacho…

Esta mañana ha estado, una vez, más, sin el proponérselo y sin siquiera saberlo. Loado seas mi Señor porque te vales de las cosas en las que algunas veces no caemos los hombres y pones a gente así que nos sale al encuentro en un recodo del camino.

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