24 de septiembre, martes. Bambolea
la brisa suavemente las copas de los cipreses del camino; por la ventana entra
el tibio sol de una tarde del recién estrenado otoño. No hay sinfonía de
pájaros. El cielo está entoldado de nubes lejanas que van a alguna parte…
- Maestro, le preguntaron en
cierta ocasión, a Agustín Lara, ¿por qué escribió usted ‘Granada tierra
soñada por mí’ si nunca había estado en Granada?
- Por eso, por eso.
Era un enamorado de Madrid – “Madrid,
Madrid, Madrid, en México se piensa mucho en ti”. Cuando venía se hospedaba
en el Ritz (que no es mal sitio) entre Neptuno y Cibeles y sabía de los buenos
sitios, de esos a donde te lleva primero, alguien y, luego, ya son tuyos para
siempre.
Dicen que se parecía a
Manolete. Era enjuto, espigado, de nariz larga y orejas grandes. Hablaba tan
pausado y melodioso que parecía que hablaba desde la distancia. Sus manos finas
y dedos largos (en el meñique gustaba de llevar una sortija) Vestía impecable y
se adornaba con un pañuelo en el bolsillo de la chaqueta. Una cicatriz lo tenía
marcado en la cara. Él no quería hablar de la cicatriz, pero se sabe que se la
hizo una mujer, una noche, en la barra de un cabaret…
En una entrevista, César
González-Ruano, le preguntó por la canción de su vida. Sin dudar respondió:
- Solamente una vez…
Alguien podría pensar que
estaba dedicada a María Félix con quien estuvo casado o a alguna de las mujeres
con las que conoció el amor, el desencanto y la aventura. Nada de eso. En
Buenos Aires su amigo José Mojica le dijo:
- Paso un mal momento (había
muerto su madre hacia poco, había superado una depresión). Me retiro. Hazme una
canción. He encontrado el amor de mi vida.
- ¿Quién es? preguntó.
- Dios.
Se quedó sorprendido. ¿Cómo es posible eso, si tienes todo lo que
quieres, mujeres, dinero, viajes, fama, aplausos…”
- Lo dejo todo. Me voy a un convento
franciscano.
A
la mañana siguiente, Agustín se presentó con la canción. …“Solamente una vez en mi huerto
brilló la esperanza, la esperanza que alumbra el camino de mi soledad”. Ana María González fue la encargada
de cantar el bolero, uno de los boleros únicos, como el sol de otoño que, a
veces, entra por la ventana mientras la brisa de la tarde bambolea los cipreses
del camino.
Agustín Lara murió con 73 años, el 6 de noviembre de 1970, en
Ciudad de México.
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