miércoles, 25 de septiembre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tradición y progreso

 

                        



25 de septiembre, miércoles. Álora es un pueblo con una orografía complicada. Apenas cuenta con calles llanas. O suben o bajan según quiera el viandante entenderlo. La calle Algarrobo tiene una cuesta en su entronque con Carmona, desde casi donde arranca Cantarranas, por la derecha; al desembocar en Benito Suárez, llana. Es una calle peculiar por su longitud, por su configuración geográfica y por la originalidad de tener una hornacina para culto público.

La calle Algarrobo es una calle larga paralela al eje vertebrador de la calle de la Parra; a un lado, conforme se baja hacia la Plaza Baja de la Despedía que fue el reducto ciudadano más importante durante el siglo XVI; al otro, la de “Atrás”. Lo dice todo.

Está acerada en su parte derecha, conforme se desciende. La acera izquierda es la trasera de las casas de la calle de la Parra. Solo en su parte final, antes de recibir a la calle Zapata cuenta con algunas viviendas.

En la mediación una hornacina recuerda otro tiempo. Nacieron con un doble sentido. Sacar las manifestaciones religiosas a la vista de todos y alumbrar en la oscuridad a transeuntes por las noches. El Concilio de Trento celebrado en varias sesiones a partir de 1545 fue una respuesta a la Reforma protestante. Es uno de los concilios con mucha trascendencia en la Historia de la Iglesia.

En asuntos de Dogma tuvo una importancia crucial; en el tema de costumbres se implantaron las manifestaciones públicas de fe. En España se incrementaron las procesiones de Semana Santa. Ya existían de manera ininterrumpida, desde el siglo XV. Se cree que las más antiguas datan en Medina del Campo, de 1441.  Se reconoce que venían desde la celebración, en el 325 del Concilio de Nicea.

En las calles se ubicaron hornacinas – algunas solo tenían una cruz – en la calle Ancha, (la Joyanca), calle Zapata, calle de Atrás, Camino Nuevo y en la calle Algarrobo que tenía y tiene un Cristo Crucificado (que en el pueblo se conocía como el Cristo de Isabel Vera por ser la propietaria de la casa donde se acoge en su fachada.

Tenían, además de ser lugar para fomentar la oración y devoción del transeúnte, un sentido urbano. Durante la noche una mariposa o una vela – no había alumbrado público- daba una posible orientación a quien osaba transitar por la oscuridad de la calle. El peligro de robo o incluso de muerte era algo real.

Ahora, el progreso (alarma conectada con una central y con la policía..) y la tradición se dan la mano… ¡Cosas!

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