miércoles, 18 de septiembre de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Quijote, de ayer; expresiones, de hoy

 

          


18 de septiembre, miércoles. Don Quijote, loco de remante, había salido de su casa por la puerta del corral cuando aún era de noche. Montaba en su caballo. Cabalgó por la llanura manchega bajo un sol abrasador. Ni comieron ni bebieron una gota de agua durante toda la andadura de aquel día de verano.

Dice Cervantes, en el capitulo tres, de la primera parte, que llegaron, entre dos luces, a una venta que él, en su desvarío, pensaba que era un castillo y en el que deberían armarlo caballero porque no podía emprender ninguna buena acción – Se había echado al mundo a ‘desfacer’ entuertos’ – si antes no lo habían armado caballero.

En la puerta vio dos mozas de ‘esas que llaman del partido’ pero que para él eran dos doncellas que salían a recibirlo; el ventero, el señor del castillo. Le pide que lo atienda. Le cuenta qué le mueve para ir de aquella manera, a aquellas horas y por aquellos lugares. El ventero, le sigue la corriente. Lleva a Rocinante – el caballo al que Cervantes también le da protagonismo - a la cuadra.

Don Quijote le pide que lo arme caballero; el ventero, que no tiene capilla para velar las armas porque la que había estaba derribada para hacer una nueva pero que según los libros de Caballería en tales circunstancias podía hacerse en el patio de la venta.

Don Quijote las deja sobre el pilar del pozo. La luna, en el cielo; la noche clara – Cervantes no lo dice, pero en la lejanía, si había alguno, deberían ladrar los perros y cantar los grillos…-. Un arriero se acerca a dar agua a su recua. Don Quijote le llama la atención; no le hace caso y entonces cervantes escribe:

“No se curó el arriero destas razones y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud” y continua: “antes trabando las correas, las arrojó gran trecho de sí. Lo cual visto por don Quitoje, alzó los ojos al cielo puesteo el pensamiento (a lo que pareció) en su señora Dulcinea…

Arremetió contra él y le rompió la lanza en la cabeza; lo mismo hizo con un segundo, que no percatado de la situación recibió aún peor trato. El daño fue aún más grave.

El ventero que vio como se ponía la cosa hizo una ‘faena de aliño’ y le dio puerta para quitarse de encima una situación tan engorrosa.

 

 

 

 

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