18 de septiembre, miércoles. Don
Quijote, loco de remante, había salido de su casa por la puerta del corral cuando
aún era de noche. Montaba en su caballo. Cabalgó por la llanura manchega bajo
un sol abrasador. Ni comieron ni bebieron una gota de agua durante toda la
andadura de aquel día de verano.
Dice
Cervantes, en el capitulo tres, de la primera parte, que llegaron, entre dos
luces, a una venta que él, en su desvarío, pensaba que era un castillo y en el
que deberían armarlo caballero porque no podía emprender ninguna buena acción –
Se había echado al mundo a ‘desfacer’ entuertos’ – si antes no lo habían armado
caballero.
En
la puerta vio dos mozas de ‘esas que llaman del partido’ pero que para él eran
dos doncellas que salían a recibirlo; el ventero, el señor del castillo. Le
pide que lo atienda. Le cuenta qué le mueve para ir de aquella manera, a
aquellas horas y por aquellos lugares. El ventero, le sigue la corriente. Lleva
a Rocinante – el caballo al que Cervantes también le da protagonismo - a la
cuadra.
Don
Quijote le pide que lo arme caballero; el ventero, que no tiene capilla para
velar las armas porque la que había estaba derribada para hacer una nueva pero
que según los libros de Caballería en tales circunstancias podía hacerse en el
patio de la venta.
Don
Quijote las deja sobre el pilar del pozo. La luna, en el cielo; la noche clara
– Cervantes no lo dice, pero en la lejanía, si había alguno, deberían ladrar
los perros y cantar los grillos…-. Un arriero se acerca a dar agua a su recua.
Don Quijote le llama la atención; no le hace caso y entonces cervantes escribe:
“No
se curó el arriero destas razones y fuera mejor que se curara, porque fuera
curarse en salud” y continua: “antes trabando las correas, las arrojó gran
trecho de sí. Lo cual visto por don Quitoje, alzó los ojos al cielo puesteo el
pensamiento (a lo que pareció) en su señora Dulcinea…
Arremetió
contra él y le rompió la lanza en la cabeza; lo mismo hizo con un segundo, que
no percatado de la situación recibió aún peor trato. El daño fue aún más grave.
El
ventero que vio como se ponía la cosa hizo una ‘faena de aliño’ y le dio puerta
para quitarse de encima una situación tan engorrosa.
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