25 de junio, martes- El solsticio de verano acaba de pasar. Dicen que estamos en los días más largos del año. Casi las diez de la noche y aún hay luz por poniente. El crepúsculo largo, retardado, lento, suave, indolente, interminable. A partir de ‘ya’ comienzan, de nuevo, a acortar los días. Es el ciclo; o sea, la vida. Todo culminará cuando llegue diciembre y se llegue al fondo del pozo. He visto venir la noche en la huerta. Dejarse imbuir en estos atardeceres donde la naturaleza parece que se expande es algo único.
Leo que la verdadera revolución del siglo XX, a pesar de que se cumplen inexorablemente todos los ciclos, han podido ser las comunicaciones. No existen las fronteras. Google entra en la casa como un conocido de toda la vida, y según dicen los que saben, esto no ha hecho nada más que comenzar…El futuro de los que vendrán dentro de unos años es alucinante. Al igual, los que vivieron el final del siglo XV pensaron de manera parecida, o no eran conscientes de ser los protagonistas del Renacimiento. ¿Estamos asistiendo a un neorrenacimiento? Pienso que sí.
Dicen, también, que desde la mediación del siglo XX hasta hoy la humanidad ha pasado por más cambios que en muchos siglos anteriores. Hablan de artilugios que hemos visto nacer y desaparecer y hoy ni siquiera nos acordamos de ello.
La
chiquillería, llegado el verano goza en la calle. En mi pueblo se celebraba –
esta fiesta también decae - la víspera
de San Juan. Noche mítica. Se bañaban arrojándose cubos de agua hasta bien
entrada la madruga. Era una costumbre ancestral repetida cada año, por la misma
fecha y con protagonistas renovados. Es una manera de recibir al solsticio que
acababa de producirse o una forma de enfrentar la vida. Lo cierto es que sólo
participa gente muy joven, que a medida que maduran, abandonan. Luego llegará
otro abandono. De ese no quiero hablar.
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