Río Guadalfeo. Vélez de Benaudalla. (Granada)
19 de junio, miércoles. Pedro
Antonio de Alarcón escribió que en Lanjarón arranca La Alpujarra, que siendo
una, los libros de Geografía hablan de dos, la de Granada y la de Almería.
Puede, que a ti, como a mí, te guste más en singular. También debes entender que, en efecto, hay
dos: la Alpujarra y la otra. De la
primera informan los folletos, las publicaciones y los turistas; a la otra, llega menos gente. Pueblos
viejos, encerrados en su pasado, celosos guardianes de su propia esencia; sólo
la abren a quienes quieren y cuando lo desean.
De Lanjarón sabrás de su balneario y
de su agua.
“Al balneario - cuentan - llega
gente de todas partes y los de aquí se tienen que ir”. Lanjarón sufre, como
otros pueblos, la sangría de la emigración
La gente del campo - como en el
vecino Valle de Lecrín - ha construido terrazas de piedra seca. Trepan, monte
arriba; ganan palmos de tierra fértil. Olivos centenarios sombrean naranjales y
frutales.
Por mayo, van en romería a la ermita
de la Santa Cruz, y por octubre le rezan a la Virgen del Rosario.
Salva el Guadalfeo. Baja hasta Vélez
de Benaudalla. Si quieres, detente delante de su iglesia, del XVI, que,
naturalmente, estará cerrada y continúa viaje hacia Órgiva. Yo he visto escrito
el topónimo de varias maneras. Así que tú entiéndelo y tómalo como quieras.
Antes de cruzar el puente, desde la
otra orilla del río verás cómo se asienta el pueblo, en la ladera entre árboles
frondosos. Arañan el cielo las torres gemelas de la iglesia. Sólo una
araucaria, propia de otras tierras, porfía con ellas. Es un afán de alcanzar
antes el azul limpio y etéreo.
Te asaltará la duda, y al igual
tienes la sensación de estar en una de las capitales de la Alpujarra - piensa
que Ugijar, en el otro extremo y Cadiar, en el centro también tienen alguna
opción.
Aquí se combinaron la demarcación
histórica de la taha, la presencia cristiana durante el reinado de los Austria
y el asentamiento posterior, tras la guerra, en rebelión de los moriscos.
Sal de Órgiva y sube por la
Contraviesa.
Va a gustar de ver, a una mano, la
blancura de la Sierra. Si está descapotada de nubes reverbera con todo su vigor
bajo el sol medianero; a la otra, el mar de plástico de los invernaderos.
Trepan por laderas paupérrimas de vegetación. Allá, al fondo, el otro, el mar
de verdad, azul, plateado y placentero como una balsa gigantesca que abraza las
dos orillas.
Si es mediodía a estas horas hacen
ganas de comer y porque hasta Cadiar he venido a buscar las migas, es hora de
dar cuenta de un buen plato.
(Las migas se hacen con sémola y
agua y se acompañan de torreznos, aceitunas, pimientos rojos secos y fritos,
sardinitas saladas, pepinos, chorizo, morcilla...)
Siempre me he llevado bien el ‘vino Costa’.
No nos ofrecemos resistencia.
Cadiar tiene mercado los días tres
de cada mes y, además de ropa, zapatos, paraguas, calcetas, cassettes, fruta,
flores, alfombras, collares, gafas de sol, anillos y bisuterías, gorras,
bufandas, cuadros de vírgenes y del Corazón de Jesús, san Antonio, ganchillos,
colonias, llaveros, telas, monederos, juguetes, pinturas, estampitas de santos,
aceitunas... venden reclamos de perdiz “auténticos de Castellar de Santiago”,
que, como yo, debes saber, que está en
Ciudad Real, y estos pollos son de granja.
En Ugíjar le rezan por patrona a la
Virgen del Martirio. ¿Tendrá algo que ver?
Aquí tienes dos alternativas: o te
vas como para la comarca del Andarax, o das media vuelta.
Antes de comenzar la subida del
puerto recuerda que Gerald Brenan, don Gerardo,
cruzó a pié, allá por los años veinte,
la Sierra, de Yegen a Guadix, fue
atacado, según contaba, por unos forajidos, de los que escapó por piernas. Eran
otros tiempos.
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