30 de junio, domingo. Felipe IV no fue un buen Rey de España. (Valladolid, 1606-Madrid 1665). Su reinado está marcado por una enorme decadencia hasta el punto que España certificaba, ya públicamente, que su ciclo había terminado. Un pueblo empobrecido, hambriento y carene de recursos y moraliedad era el sustento para una monarquía que llegaba al fin de su esplendor.
Entregó el poder en manos de sus validos. Primero, a Gaspar de Pimentel, conde-duque de Olivares; después, a Luis de Haro. Bajo su reinado se sublevaron Portugal y Cataluña. Portugal ya no volvió nunca más a la Corona Española. Por la Paz de Wesfatlia se reconoció la independencia de las Provincia Unidas y por la de los Pirineos España cedió parte de la Cerdaña y los Países Bajos.
Francisco de Quevedo se cree que es el autor de un memorial donde tapado con una servilleta se le daba cuenta al Rey de la corrupción que imperaba en España donde se compraban los cargos públicos y se vendían los puestos en los Consejos. Estos cargos se convirtieron en hereditarios. En la práctica significó que la Corona cedía parte de su poder a los que detentaban los cargos. Pese a las protestas que hubo contra esta costumbre, se mantuvo durante todo el siglo XVII.
Fue un hombre culto y de educación esmerada, pero indolente y vicioso. Se le reconocen casi cincuenta hijos fuera de sus dos matrimonios. Cada vez que perdía una batalla daba una gran fiesta en palacio para celebrar lo bien que habían luchado los soldados españoles. Quevedo llegó a decir de él que era como los “hoyos, más grande cuánta más tierra le quitaban” Muy triste pero muy cierto. Declaró cuatro veces la bancarrota y su gran acierto haber nombrado a Velázquez pintor de Corte.
Visitó Álora el Martes Santo 2 de abril de 1624. Se gastó una enorme suma en allanar caminos. Había venido a Andalucía para recaudar dinero. Vino desde Málaga, donde había protagonizado un incidente con su alcalde, al que reprochó su villanía, respondiéndole aquel, que sus “manos estaban encallecidas en el servicio de S.M.”
Subió por lo que hoy conocemos como calle Málaga y por la calle Ancha a la antigua parroquia de Las Torres donde se cantó un Te Deum. Le acompañaban su hermano el Príncipe don Carlos, el Conde-Duque de Olivares, el Almirante de Castilla, el Nuncio de Su Santidad, el Cardenal Zapata y el Patriarca de las Indias Occidentales. El Rey y el Príncipe se alojaron en la casa del Licenciado Juan de Mayorgas donde se sirvió un banquete y “sobró de todo y bastante”.
Desde
Álora partieron hacia Antequera, acompañándoseles hasta la Dehesa de la Villa,
donde mandó que se volviesen.
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