lunes, 11 de marzo de 2024

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Sevilla, otro tiempo


 


11 de marzo, lunes. Ayer tarde, las campañas de la Catedral y de Santa Ana anunciaron la arribada a puerto de una flota. Había llegado desde La Habana, de donde habían partido a primeros de marzo. Había gran ajetreo en la ciudad. La gente comentaba y no dejaba de dar noticias.

También eso suponía una inyección de optimismo para los que querían ir en la expedición que partiría a primeros de agosto. El bullicio en la Casa de Contratación era enorme. El gentío iba y venía y solucionaba el asunto del papeleo que tenía que estar en orden para poder embarcarse.

Comentaban y aumentaban los bulos, las noticias, muchas inventadas; otras, ciertas. Unos las creían; otros, intentaban sacar provecho y anunciaban:

- Han llegado toneladas de oro y de plata y pimienta fina y seda y piedras preciosas. Las han descargado en la Aduana, junto a la Torre del Oro…



 Río Guadalquivir a su paso por La Puebla del Río. 


Sabían que la flota había partido de Nueva España y se había unido a la que había salido desde Panamá. La travesía, como todas, penosa, escoltados por un galeón habían llegado hasta Sanlúcar y luego, por el río, a Sevilla.

Sevilla era la capital de muchas cosas. No lo era de España porque la torpeza de miras de un Rey había decidido que no lo fuera.  Era la capital económica y una de las ciudades con más vida de Europa.

Sevilla convocaba a lo mejor de la cultura de su tiempo.  Pintores, escultores, hombres de letras y negocios; aventureros, soñadores y los que quería embarcarse porque sentían la llamada interior de ir siempre más allá de donde se pone el sol.

Sus calles (el Arenal), un hervidero, llenas de pillos. Rinconete y Cortadillo, iban y venían al patio de Monipodio a llevar lo hurtado o a recibir órdenes. Harapientos en las puertas y en los canceles de las iglesias; pobres que acudían a la sopa boda de los conventos…

Eso era, hace un puñado de años. Ya hablamos de ellos por siglos… He llegado a Sevilla una soleada mañana de invierno. Rompe el azahar en los naranjos. “Todas las primaveras / tiene Sevilla / una nueva tonada / de seguidillas. / Nuevos claveles / y niñas que por mayo / se hace mujeres”.

Lo dijo don Manuel Machado.

He deambulado por los alrededores de la Catedral. Tocan las campanas de la Giralda. En el testero del patio de los naranjos un mosaico recuerda que allí, en aquellas escaleras, se sentaban Rinconete y Cortadillo. En la collación de San Pedro jugaba un niño. De mayor al pie de sus lienzos firmaría como Velázquez. Hoy hay otra gente por las calles… Es Sevilla.




 

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