11 de marzo, lunes. Ayer
tarde, las campañas de la Catedral y de Santa Ana anunciaron la arribada a
puerto de una flota. Había llegado desde La Habana, de donde habían partido a
primeros de marzo. Había gran ajetreo en la ciudad. La gente comentaba y no
dejaba de dar noticias.
También eso suponía una
inyección de optimismo para los que querían ir en la expedición que partiría a
primeros de agosto. El bullicio en la Casa de Contratación era enorme. El
gentío iba y venía y solucionaba el asunto del papeleo que tenía que estar en
orden para poder embarcarse.
Comentaban y aumentaban los
bulos, las noticias, muchas inventadas; otras, ciertas. Unos las creían; otros,
intentaban sacar provecho y anunciaban:
- Han llegado toneladas de oro
y de plata y pimienta fina y seda y piedras preciosas. Las han descargado en la
Aduana, junto a la Torre del Oro…
Sabían que la flota había
partido de Nueva España y se había unido a la que había salido desde Panamá. La
travesía, como todas, penosa, escoltados por un galeón habían llegado hasta
Sanlúcar y luego, por el río, a Sevilla.
Sevilla era la capital de
muchas cosas. No lo era de España porque la torpeza de miras de un Rey había
decidido que no lo fuera. Era la capital
económica y una de las ciudades con más vida de Europa.
Sevilla convocaba a lo mejor de
la cultura de su tiempo. Pintores,
escultores, hombres de letras y negocios; aventureros, soñadores y los que
quería embarcarse porque sentían la llamada interior de ir siempre más allá de
donde se pone el sol.
Sus calles (el Arenal), un
hervidero, llenas de pillos. Rinconete y Cortadillo, iban y venían al patio de
Monipodio a llevar lo hurtado o a recibir órdenes. Harapientos en las puertas y
en los canceles de las iglesias; pobres que acudían a la sopa boda de los
conventos…
Eso era, hace un puñado
de años. Ya hablamos de ellos por siglos… He llegado a Sevilla una soleada
mañana de invierno. Rompe el azahar en los naranjos. “Todas las primaveras / tiene Sevilla /
una nueva tonada / de seguidillas. / Nuevos claveles / y niñas que por mayo /
se hace mujeres”.
Lo dijo don Manuel Machado.
He deambulado por los
alrededores de la Catedral. Tocan las campanas de la Giralda. En el testero del
patio de los naranjos un mosaico recuerda que allí, en aquellas escaleras, se
sentaban Rinconete y Cortadillo. En la collación de San Pedro jugaba un niño.
De mayor al pie de sus lienzos firmaría como Velázquez. Hoy hay otra gente por
las calles… Es Sevilla.
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