Monasterio de Nuestra Señora de Vico. Al fondo, el monte Isasa.
9 de marzo, sábado. Dice
la leyenda que la cosa ocurrió, a caballo, entre los siglos X y XI. O sea, hace
mucho tiempo. Según unos al Can de Vico, -nadie conoces su nombre ni lo
conocerá jamás - en Arnedo, hombre responsable de la de la alquería y seguridad
se le apareció la Virgen…
Hay quien opina que no fue así,
sino que él encontró en una ladera del río - una ermita reciente señala el
lugar en la mediación de la ladera - una talla románica de la Virgen, sedente,
con el Niño en su mano izquierda. Como todos los niños del románico tiene cara
de hombre mayor y no mira a su madre.
Ermita de Nuestra Sra. de Vico. Ladera del río Cidacos. Arnedo (La Rioja)
El río, el Cidacos, en invierno, tiene sin hojas los bosques de álamos blancos, chopos y sauces que crecen en su ribera. En verano, la frondosidad es exuberante. En sus alamedas, al cobijo de la vegetación, aparecen aves pequeñas. Oropéndolas de plumaje amarillo limón, escurridizas y difíciles de ver; currucas capirotas tocadas con un ‘sombrero’ oscuro o claro según sea macho o hembra; lavanderas que no cesan de mover una cola nerviosa y larga…
En el borde de la ladera del
río en el lugar de la aparición o del encuentro edificaron un santuario para
venerar a la imagen. El paso de los tiempos, la voluntad de los hombres, el
miedo a los incendios – sufrieron dos - y las necesidades de tener la imagen
cercana hizo que la llevaran a la parroquia de San Cosme y San Damián…
El tiempo que no se queda nunca
quieto propició que en aquel solar se construyese un convento ocupado por Franciscanos
a los que expulsó la desamortización de Mendizábal. Luego, el político Salustiano
Olózaga se hizo un palacete y muchos años después, lo que son las cosas,
volvieron los Franciscanos, pero ahora bajo el apellido de Recoletos. En la
segunda mitad del siglo XX, una nieta del ilustre riojano propició la llegada
de una comunidad de monjas de la Orden Cisterciense…
Patio interior del Monasterio de Nuestra Señora de Vico.
Nunca para tanto silencio y
soledad se pudo buscar un lugar de tanta hermosura como este rincón de La Rioja
Baja. Arriba, el monte Isasa recorta el horizonte; abajo, el río busca el Ebro.
Nunca que se sepa anduvo por aquí san Juan de la Cruz. Sin él proponérselo dejó
los veros más apropiados “… mi Amando, las montañas, / los valles solitarios,
nemorosos, / las ínsulas extrañas…”
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