10 de marzo, domingo. A
finales del XIX la ciudad de Málaga tenía en torno a ciento veinticinco mil
habitantes. Era capital de una provincia de tercer orden (Madrid, Barcelona,
Valencia, en el primero; Sevilla, Granada, Zaragoza, en el segundo), punto de
comunicación con Melilla a la que iba un correo diario y el lugar de tránsito
de militares hacia los destinos en el norte de África.
Sufría una enorme crisis
económica. Habían cerrado las ferrerías creadas por Heredia consecuencia del
hundimiento de la siderurgia en Andalucía y en el resto de España. La filoxera
había destruido los viñedos y lo que era más duro, el ingreso económico que
suponían la exportación de vinos y uvas pasas del que vivía mucha gente. Se
había derrumbado la industria de la caña de azúcar...
Por el contrario, existía un
corriente de dotar a las ciudades de parques y jardines, de lugares de ocio
para el paseo y de espacios que los ciudadanos podrían disfrutar sin un coste
económico aparente para sus bolsillos exhaustos, pero que financiarían con sus
impuestos.
Málaga había recuperado parte de unos terrenos
que hasta muy poco antes habían sido fondos del mar. El mar ya no estaba en
Atarazanas, ni en la Cortina del Muelle ni en la Aduana. Málaga se encontraba
con un terreno muy aprovechable para el ajardinamiento, pero tenía el inconveniente
administrativo de la propiedad.
El ayuntamiento - tres años
duran los trámites – consigue en 1897 que un decreto de la Reina Regente María
Cristinas, tras ímprobos esfuerzos de Cánovas y que curiosamente no pudo ver
nada de sus esfuerzos porque lo asesinaron un mes después, conceda la
titularidad municipal de los terrenos. Dicen que le dijo a Cánovas: “Hágase el
Parque”.
Todo fue lento. De hecho, los
parques no se concluyen nunca. De los jardines de San José y de la Cónsula llegaron
ejemplares que dotaban a la ciudad de una joya botánica excepcional. La
jardinería se saca de los palacios.
Describir en unas líneas ese
espacio es imposible. Alternan fuentes, paseos, glorietas, monumentos, entre
otros a Rubén Darío, Arturo Reyes, Ferrándiz o el propio Cánovas… Una exuberancia de vegetación extraordinaria.
Los catálogos que difunden tanta belleza informan que puede superar las 360
especies; plantas de los cinco continentes. Hay quien dice que es el parque
urbano de mayor biodiversidad de España. Plátanos, caléndulas, jacarandas,
hibiscos, cedros, kentias… y decenas de palmeras donde, según el maestro
Alcántara, se posaban las palomas de Picasso para ver los barcos en el puerto… “Una
luz por el parque y el pitido / de un barco que se fue, que se está yendo…”
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