29 de marzo, Viernes Santo. Desde
muy temprano (casi amanece) las trompetas legionarias del Viernes Santo
despiertan a los que anoche consiguieron conciliar algo de sueño. Después, el
trasiego, forasteros que acuden y foráneos que vuelven. Niños en los hombros y
sudores en el alma… Jesús y Dolores entre el gentío que se entreabre solo lo
justo para dejarles paso…
De morado y rojo acude a la
“Despedía” Jesús Nazareno de las Torres…
De Legión y oro, la Virgen.
Todo, absolutamente todo, es
discrepancia. Todo se cuestiona. ¿Llueve? ¿Hace calor? ¿Se retrasan? Y por
encima de todo, el “ganador”. Probablemente sea el culmen de la exteriorización
de la Semana Santa. Sin lugar a dudas uno de los espectáculos más singulares
que pueden celebrarse y a donde el pueblo dividido en dos mitades – benévolo y
complaciente para todo lo propio y censor inmisericorde contra todo lo rival -
acude como si de una llamada totémica se tratase…
Por faltar, no fala casi nadie.
Los que se subieron a los tejados para verlo todo mejor, pueden hacer realidad
aquello de que la fe “es dar un salto al vacío”.
Después, el delirio. Se
acercan. Abajo. Arriba. Avanzan. Otra vez de rodillas. Arriba. ¿Quién se
levantó primero? La polémica…
Calle Ancha arriba, en volandas,
sobre hombros jóvenes de España, Jesús vuelve a las Torres y María Santísima de
los Dolores, entre el cariño de todos, como cada mediodía de Viernes Santo, a
su templo.
En la noche cerrada del Viernes
Santo, Alora, es otra. Cambia por completo. Alguien que por la mañana vivió los
momentos de exteriorización tiene dificultad para comprender cómo se transforma
un pueblo. Todo es oscuridad, recogimiento, silencio.
María con el cuerpo de Jesús
muerto sale de la Vera Cruz. La Piedad o el Silencio. Decía el maestro
Alcántara. “Podemos hablar distintas lenguas, pero todos hablamos el mismo
silencio”. Vendrá luego sobre un catafalco, Jesús Muerto. ¿Por qué los grandes
secretos se pregonan en silencio? Amor, entrega, sacrificio, renuncia a uno
mismo…
Con el nombre de Virgen de las
Ánimas evocamos a una virgen austera y pobre. En la noche del Viernes Santo
baja desde la vieja capilla de las Torres. ¡Qué nombre más acorde! ¡Qué
comunión entre mensaje y mensajera…!
Pocas procesiones irán cargadas
de tanto dolor como la Soledad. María lleva el suyo propio; el pueblo, el
acumulado durante todo el año. Se alumbra a la Solead por promesa, por
agradecimiento a la intersección, o por la caridad de acompañar a María en
tránsito tan sublime. “La Virgen subió al cielo / a cambiar su manto azul /
por uno de seda negro / para el luto de “Jesús”
Escribo bajo un cielo
entoldado… Casi todo puede ser más o menos así.
Dicen que puede llover. “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
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