Cordillera Ibérica. El Moncayo
1 de abril, lunes. Estoy
sentado en mi casa rodeado de libros. Fuera llueve. Dicen que es el coletazo
de la borrasca que ha hecho “sus” desfiles procesionales la Semana Santa que
acaba hoy. No cantan los pájaros en los bordes la huerta ni, aún huele a
primavera. Parece final de invierno…
No sé
por qué se me ha venido a la mente un día de paseo solitario por Tarazona. Llegué,
desde Tudela, después de andar perdido por campos de soledad. No había nadie a
quien preguntar; ni un pastor, ni un hombre que laborase la tierra. Nadie
Llegué
a Tarazona a media mañana; el río Queiles parte la ciudad. Me asombra el mudéjar.
Estoy en una ciudad artística, encrucijada de caminos. Hace años que le
suprimieron el tren. (Tuvo dos estaciones). Las vegas, fértiles; el Moncayo, en
la lejanía…
El
Moncayo o lo que lo mismo ese lugar donde termina la vieja Castilla la Vieja y
arranca Aragón, estaba limpios de nubes. Veía con nitidez la
cumbre blanca…
Anduve
por la ciudad. Sin rumbo. No iba a ninguna parte, pero iba a todos sitios; deambulo
por las calles. Tengo la mala costumbre de comprar libros por los lugares que
visito. Hasta en tres librerías traspaso sus puertas. Están en la calle
Visconti, en el Paseo de la Constitución
y en Fueros de Aragón. En las tres pregunto por lo mismo. ¿Qué tienen de
Bécquer? En las tres, la respuesta, idéntica: nada. (Yo tenía la vana
presunción de encontrar una edición facsímil o algo parecido de Cartas desde
mi celda donde Bécquer describe el Moncayo y, luego, fardar con los amigos del hallazgo…)
Callejeo:
Virgen del Río, Recodos, Martínez Soria, Judería, Traición… En Tarazona, el
mudéjar se sale a la calle. Casas y
muros de ladrillos; yeserías en las cornisas, tejas rojizas, verdes, azuladas.
Maderas, arcos ciegos…
A media
tarde me eché al camino. Por Vera de Moncayo, a la derecha, llego a Veruela.
Todo es soledad y silencio. El monasterio está cerrado. Tampoco tenía un
interés especial en él pero sí en todo lo que le concierne. Me senté junto a la
Cruz de Piedra donde cada tarde Bécquer – herido de tisis y de amor - esperaba
el correo que le traía los periódicos de Madrid… Pienso. Le doy demasiadas vueltas. Me quedo sin muchas
respuestas.
El paraje,
único, excepcional. La vegetación se cierra monte arriba: encinas, coscojas,
robles, pinos, hayas, abedules; sabinas rastreras, retamares... Abajo, Aragón;
más allá, Castilla; al otro lado, Navarra y La Rioja… Un poco más allá se acaba
Castilla; aquí comienza Aragón.
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