4 de marzo, lunes. El
Puerto de Oncala es una de las puertas - las otras dos, los de Piqueras y el
Madero – por la que se puede ir desde las tierras de Soria a La Rioja. Por
Piqueras, directamente, por la N-111, a Logroño; por el Madero, a la Rioja
Baja: Rincón de Soto, Autol, Quel y Calahorra. Por Oncala se baja con el río
Cidacos de compañero hasta Arnedo y Calahorra…
Deja Soria, pasado el Duero en
Garray, a la derecha, puedes acercarte, si quieres a Numancia. Está a tiro de
vista. Es monumento de recuerdo a los antepasados. Prefirieron el honor y la
muerte a la deshonra de la rendición. Eso, ahora, no está de moda…
Sigue carretera adelante.
Buitrago, Estepa de San Juan, Castilfrío de la Sierra, Almarza, Arévalo de la
Sierra donde el acebal de Garagüeta… Son parte de los campos sorianos que nos
dejó marcados don Antonio Machado. En las tierras altas, donde corona la sierra
abundan pinos, encinas, rebollos, quejigos y hayas; sebales, areces, fresnos,
abedules y majuelos. Cerca de los caudales de los ríos (Linares y Alhama)
chopos y álamos. Donde se ha mantenido la ganadería extensiva: pastos.
Es media tarde; sopla un viento frío. Están desiertas las sierras. Sobrevuela alguna rapaz; cornejas y urracas en las orillas dela carretera.
Oncala fue tierra de
trashumancia. De allí salían los pastores con rebaños de cientos de ovejas en
la búsqueda de pastos para el invierno en el Valle de Alcudia y en Sierra
Morena. Los pastores ‘bajaban’ a primeros de otoño. No regresaban hasta que la
primavera tenía los campos verdes en la Sierra del Alba y en Montes Claros –
donde las aguas vierten para el Mediterráneo o para el Atlántico. La copla lo
dejó dicho: “ya se van los pastores / a la Extremadura. / Ya se queda la
sierra / triste y oscura”.
Un museo recoge y muestra un
poco de la vida que antaño llevaban los hombres de la trashumancia y explica la
dureza de la vida para los que partían y para los que quedaban, mujeres y niños,
en la espera del regreso.
Tiene, también, Oncala una
colección de tapices flamencos excepcionales: ocho eucarísticos y dos profanos.
Están fechados en el siglo XVIII. Se basan en una colección de pinturas de
Rubens. Los regaló a su pueblo Juan Francisco Jiménez del Río, arzobispo de
Valencia.
Dicen que antes, los inviernos eran tan duros que en las noches
de ventiscas tañía la campana de la iglesia de San Millán para orientar a algún
posible peregrino perdido por los campos con peligros de lobos o de morir
congelados por las temperaturas bajísimas…
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