17 de marzo, domingo. Era la
Sevilla del siglo XVII. Era esa gran urbe que ya asombraba al mundo. Allí se
dieron cita lo mejor y lo peor. La condición humana tiene cosas así.
Acaba de clausurase, en el
Museo de Bellas Artes, una exposición excepcional. La muestra ha ofrecido parte
de la obra de Pedro Roldán con motivo de celebrase el cuarto centenario de su
nacimiento.
Su padre, Marcos Roldán,
originario del Reino de León, carpintero de profesión, se afincó en Antequera
donde nacieron ocho de los nueve hijos del
matrimonio con Isabel de Fresneda. Pedro (1624-1699) nació y murió en Sevilla,
donde el progenitor se había trasladado para realizar un trabajo.
Con catorce años viajó a
Granada. Entró en taller de Alonso Cano, donde permaneció hasta un año después
de la muerte del maestro en 1647, cuando entró a dirigirlo Bernardo de Mora.
Pedro se trasladó a Sevilla a la plazuela de Valderrama, en el barrio de San
Marcos.
Se había casado en Granada, en
San Nicolás del Albaicín, con Teresa Ortega, probablemente familia de Mena. En
Sevilla se instaló como maestro y su expansión y prestigio fue enorme. Hombre
ávido de aprender, entró a formarse como pintor en el taller abierto por Murillo.
Deambuló por varias collaciones. Se le reconocía una buena posición económica
con bienes inmuebles. Poseyó una casa, que frecuentó, ya casi al final de su
vida, en Mairena del Alcor.
Tuvo doce hijos, de los que
ocho, colaboraron en el taller, así como nietos y familiares. Mantuvo una
relación problemática con su hija Luisa, conocida como La Roldana, al no
aprobar su boda con Luis Antonio Navarro aprendiz del taller de Andrés Cansino.
Viajó por Andalucía. Obras
suyas aparecen en Granada, Jerez de la Frontera, Puerto de Santa María,
Villamartín, Cádiz, Medina Sidonia, Jaén…
De su taller salieron
muchísimas obras. Su estilo, directo, sencillo, nada recargado
llegaba de manera impactante a la religiosidad del siglo XVII. Hoy, está
considerado como uno de los grandes imagineros de su tiempo. Yo, he tenido la
suerte de, acompañado de manos conocedoras bien del paño, de deleitarme con
ella…
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