8 de enero, lunes. Han
abierto la caja de las malas noticias.
Por si no hubiese bastante con Oriente Medio, Ucrania y África
Subsahariana con el espurreo diario de pateras perdidas en el océano, dicen
ahora, que viene una ola de frío. De ese frio que hace tiritar a las
estrellas lejanas. Esas que se pierden tan lejos, tan lejos que miden las
distancias en años luz.
El villancico decía que los
fríos de enero estaban por venir. Algunos villancicos llevan razón – menos ese
que dice que los peces están aguachinados de beber y beber en el río porque no
se ha enterado que los ríos se han quedado sin agua – y enero ya está aquí; los
fríos, también.
Hay otro frío. Es peor. Se
percibe menos que externo. Es el frío interior. Facundo Cabral escribió unos
versos bellísimos: “Hay medio mundo esperando con una flor en la mano / la
otra mitad del mundo por esa flor suspirando”. Es la gente que no pide nada
pero está necesitada de amabilidad, de comprensión, de una mano tendida, de
unos momentos de escucha; acreedora de una palabra que revele su valía para
conocimiento de todos. A veces es difícil de entender y, por supuesto, de
compartir.
Esta mañana Pilar Ferrari ha publicado
una foto preciosa. Amanecía. El río Guadalquivir con la majestuosidad de
siempre, “quieto y en marcha” reflejaba los primeros rayos del sol sobre sus aguas
a su paso por la Puebla. Eran aguas serenas; la luz, tímida al principio,
dejaba una estela de oro. Era algo así como una marca para seguir el camino…
En la orilla de enfrente, la
arboleda oscura y tupida se mantenía indiferente. Esos árboles acogen pájaros
que cantan cuando viene el día; otros lo hacen a media mañana y seguro – los
pájaros también duermen la siesta sobre todo en verano – que cantarán al
anochecer cuando las tinieblas oculten la luz. Y así un día y otro, y otro.
Hay también un mensaje sublime
en la fotografía. En la orilla más próxima algo tan humilde como una caña que se
bambolea cuando quiere le brisa ofrece una hoja para que el sol, si lo tiene a
bien, eche un descansillo. Es de una belleza plástica tan grande, que algo tan insignificante
como una hoja de caña en la orilla es el centro de una foto sencillamente,
excepcional. Río, agua, luz, mucho que pensar y los fríos que llaman a la
puerta.
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