24 de enero, miércoles. Francis
Carter fue un inglés del siglo XVIII. Se hizo eco del amor imperante en
aquellos años por la Geografía y, en especial, por Andalucía. Carter vivió
desde muy temprana edad en Málaga. Después, durante distintas épocas de su vida
conoció otros paisajes y personas. Siempre destacó la hospitalidad de la tierra
andaluza.
Su padre era un comerciante
rico lo que le permitió tener una vida sin penalidades económicas que, también,
le facilitó viajar con ciertas comodidades. En aquella época no muchos podían
permitirse ciertos lujos entre los que indudablemente estaba el viajar.
Los viajes siempre se hacían en
caballerías o en diligencias, cuando no a pie – cosa que evidentemente no hizo
Carter- por su posición social. Se hospedaban en posadas donde convivían con
gañanes y arrieros que llevaban mercancías de unos puntos a otros. Los caminos
tortuosos y en deficiente estado, estaban, además, llenos de maleantes,
saltadores y facinerosos. Describe con gran precisión la partida que operaba en
el Puerto de Ojén y da cuenta de la brutalidad de algunos personajes. Habla de
un hombre de Cártama que en señal de no se sabe qué prurito rompió el brazo a
una estatua romana.
Fue amigo personal de Medina
Conde, vilipendiado después tras el escándalo de los plomos del Sacromonte
donde descubren un plagio que lo llevó a la postergación. El canónigo malagueño
le facilitó información, documentos y testimonios que le fueron muy útiles.
En septiembre de 1772 Francis
Carter inició un viaje por las tierras del Sur de Andalucía. Lo tituló Viaje
de Gibraltar a Málaga. Da puntual información de los pueblos por los que
pasa y en los que conoce la realidad andaluza de aquella época.
Llegó a Álora en abril del año
siguiente, en 1773 y dice que “al norte, la Hoya de Málaga está rodeada por la
Sierra de Álora, donde se halla situada la misma Álora, sobre un cerro”. Continúa el relato e informa que “fue llamada
Iluro por los romanos. Antonio Agustín -dice- cita en sus diálogos a Iluro como una
de las ciudades municipales de esta provincia”.
Más adelante cuenta que “Gruter
copió dos inscripciones que ya no existen. La primera refiere la dedicación de
una estatua al emperador Domiciano por Lucio Munio Aureliano y a otro duunviro
de la ciudad que fue erigida con fondos públicos. La segunda estaba entonces al
pie de una colina que corona la ciudad y
únicamente sirve para conmemorar a las
personas allí mencionadas”.
Una obra, excepcional,
desconocida y fundamental para saber cómo éramos en otro tiempo.
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