1 de enero, lunes. Cielo azul; sol y viento. Hace frío. No es una novedad. Esas cosas suelen ocurrir en enero. No hay nubes ni por equivocación. O sea, el deseo de vida nueva, año nuevo y lluvia. Como que no.
Ha entrado el año con los tópicos de siempre. A media madrugada, a esa hora en que en algunos sitios piensan que pueden poner las calles, los noctámbulos se las andaban con la pirotecnia de la cohetería barata. Los fuegos artificiales son de otros sitios. Cuando se acercaba el amanecer la cosa se calmó; lógico. Los bolsillos no tienen tanto aguante.
El concierto de Año Nuevo desde Viena es maravillosamente igual cada año. Se reitera la música, las imágenes de una de las tropecientas mil salas de conciertos que debe haber en esa ciudad, y que cada año decoran con tanta exquisitez que las rosas están igual de bellas cada primero de enero.
Los exteriores, es decir, los reportajes que nos insertan para los que vemos el concierto por televisión son sublimes. Austria, de por sí es hermosa y bella, en esas imágenes lo es aún más. A uno le entran ganas de volver a deleitarse en directo con ellos y piensa que al igual este año puede volver a ser. En fin, soñar no cuesta dinero.
Después del concierto echo un rato de lectura. Los fogones recalientan la olla de sopas, y el horno le da ese punto que necesita el cordero – que como el concierto es maravillosamente igual cada año, pero distinto, repito. Leo a don Benito Pérez Galdós: Memoria de un desmemoriado. Dice que la mujer puede hacer frente al infortunio y a la desgracia, pero no al hastío. ¿Y el hombre? Me pregunto si tanta sin razón como nos alumbra desde esas noticias que incitan a no ver los telediarios, tienen algo que ver con todo esto.
A media tarde, también, como cada primero de enero, nos vamos a Cerro Gordo. En la punta de la Mona, en el límite geográfico entre las provincias de Granada y Málaga. A un lado, la Herradura; al otro, Maro y Nerja. El mar rompe en el acantilado. Rumor de olas; en la lejanía, el sol de invierno se hunde lentamente en el horizonte. El cielo cambia de tonalidades: sobre el azul del mar, colores rojizos, amarillos, naranjas. Y sobre todos, Dios… Uno entorna los ojos y sueña.
Vida nueva. Que el recién
nacido año no nos quite nada: ni amigos, ni trabajo, ni salud, ni ilusión, ni…
Ah, y si le parece bien, puede traer algo de agua…
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