Jabárosvk. Extremo Oriente. Siberia
7 de noviembre, lunes. El viajero recuerda que llegó a
Jabárosvk al amanecer. Durante toda la noche había llovido copiosamente. Cuando
el tren paró en medio de chirridos metálicos, estridentes, en una estación
inmensa, no llovía. La región soportaba los últimos envites del monzón de
verano. Era mediados de agosto.
Durante la noche,
cuando el tren aminoraba la marcha o en alguna parada breve en un lugar perdido
en la oscuridad, en los cristales de las ventanillas se agolpaban las gotas de
agua que se unían a otras.
Con las primeras
luces el viajero vio cómo estaba el bosque empantanado. El agua cubría hasta la
mediación los troncos de los abedules, de otros árboles y hasta casi las puntas
más elevadas de los carrizales.
Jabárosvk está en la
confluencia del río Amur con el Ussuri, en el Lejano Oriente. El viajero
conocía que aquella era la última etapa, o sea, estación término, después de
haber pasado siete husos horarios desde Moscú en el Transiberiano porque como
occidental él no tenía permitido llegar hasta Vladivostok a orillas del
Pacífico…
Vio que la estación
era enorme. Una guía de la Intourist
recogió al grupo de españoles, poca más de la docena, y lo llevó hasta un
autobús que lo trasladó al hotel. Jabárosvk es una ciudad – eso le contó la
guía en un español correctísimo – relativamente joven. La habían fundado en
1850 y fue un asentamiento de cosacos que habían luchado con los chinos del
otro lado del río…
- ¿Éste es el río Amur? preguntó, el viajero.
- El Amur y el Ussuri que se unen aquí, contestó la chica, rubia, esbelta
de ojos azules y piel muy blanca…
Les explicó que desde
el siglo XVII los cosacos rusos habían querido apoderarse de la región y al
final se asentaron en la margen izquierda. El autobús avanzaba por calles
enoremes, el viajero asumía que allí todo era grande: las avenidas, los cruces,
las plazas, las calles, los árboles, las estatuas….
Sabía que, en una
orilla, estaba Siberia (la tierra dormida); en la otra, China. Más de doce
kilómetros de aguas las separaban. La bruma de la mañana se levantaba lenta,
perezosa. En la lejanía, difuminaba por la niebla, el otro coloso, China. Se
elevaban las montañas. No se podían percibir los detalles… El viajero pensaba
en aquellas personas a las que tanto quería y que nunca podrían compartir con
él el gozo que sentía en aquel momento…
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