18 de noviembre, viernes. Era
casi esa a esa hora en que las sombras se hacen más grandes; era a esa hora en
que las estrellas se asoman al río, y se hablan entre sí (¿qué se dirán las
estrellas y el río a esas horas de la madrugada?); era a esa hora en la que los
pájaros duermen y se recogen en los árboles, en las torres de las iglesias, en
los parques de los pueblos, en las espadañas de las ermitas, en las oquedades
bajo los tejados; era esa hora en que los sueños, a veces, se hacen realidad…
Paseaba con un grupo de amigos.
Habíamos asistido a un acto difícil de olvidar, por el marco, por el momento,
por el tema que salía a flote, por la belleza de tanto como allí había
escuchado en las voces de matices tan acogedor como el terciopelo que se siente
cálido acariciado con la cara cuando se tiene cerca.
El profesor (ahora de dice emérito o jubilado,
o vaya usted a saber ¡como si los sabios se pudieran aparcar bajo un epígrafe)
Rogelio Reyes Cano había presentado en la Academia de Bellas Letras de Sevilla,
Palacio de los Pinelo, Abades 14, la obra de Antonio García Barbeito Athene
noctua. Barbeito dijo que había escrito verso para él, que luego, se había
publicado en un libro y que, en cierto modo, se sentía desnudo ante el lector
que le echase un vistazo a sus páginas.
Deambulábamos por las calles
estrechas, sinuosas. Hablábamos de nuestras cosas, del reencuentro, de la
intimidad que se le cuenta al amigo al que no se veía desde hacía mucho tiempo,
de la belleza de una ciudad única porque ponerles adjetivos a Sevilla es como
ponerle puertas al campo….
De pronto, en el entronque de
Argote de Molina, que rompe los dos tramos de la calle Placentines, al final
apareció ella. En su sitio. Erguida, quieta como quien otea el horizonte y ante
la se da la vuelta el viento…
Llamé la atención de mis
compañeros de andanzas noctámbulas y vimos que la perfección existe. Esa torre
que hicieron los almohades tiene tres partes:
la primera, bella. Es el minarete primigenio; la segunda, agregada
posteriormente, para acoger las campanas, bellísima; la tercera, la culminación,
el monumento a la Fe – el Giraldillo – que la remata. Es lo primero que saluda el sol cuando llega a
cada mañana a Sevilla…
Qué buen retratista -también con la cámara fotográfica- eres. La descripción literaria, excelente. Gracias por lo que me toca, y gracias por venir a vernos. Tienes que venir más, amigo..., aunque sólo sea para decirle cosas a Sevilla... Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Por supuesto que tengo que ir más. Nunca se va demasiado a una ciudad tan bella, pero tengo que ir más para compartir contigo esos momentos tan especiales que tú sabes dar. Un abrazo.
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