28 de noviembre,
lunes. He ido de compras a una gran superficie. Unas mujeres
voluntarias, con un peto para identificarse invitaban a colaborar para hacer un
reparto de alimentos a los que lo necesitan en estas fechas venideras. Sentí
reconcomia interior. No tendría nadie que disfrazarse para darnos un aldabonazo
en la conciencia. Los escaparates de las tiendas de Málaga eran derroche… La
antítesis está en la gente que acampa bajo el puente de Tetuán, en el
Guadalmedina…
La
búsqueda para llenar el vacío conduce por caminos que se enredan en un laberinto
al que no siempre se encuentra salida. He subido hasta Flores. La tarde se
alargaba con rayos de sol que doraban las cumbres lejanas de las sierras de El
Valle y El Torcal. Por abajo, entre las huertas y el río, empezaban a
expandirse las sombras. Los entornos del convento esperan la noche con sosiego
y calma. Uno, en horas inciertas, se debate entre la zozobra y la melancolía.
En los
momentos bajos me refugio en los amigos y en los libros. Leo y releo y por unos
momentos la mente navega por un mar de letras que alguien, ajeno en su día,
escribió sin saber cuánto bálsamo llevaba en su oleaje. Otras veces me pierdo
un rato en ese lugar donde se puede hablar en silencio. Ustedes me entienden.
He
optado por apartarme de los telediarios. Estoy ahíto de la información
interesada, sesgada y carente de objetividad. Se empeñan en hacer que traguemos
ruedas de molino como si fuesen golosinas de esas que endulzan el rato a la
chiquillería. Es increíble la capacidad
de hipocresía que se alberga en alguna gente. Tampoco, a estas alturas, tendría
que extrañarme. Hace muchos años que un rey francés dijo aquello de “París bien
vale una misa…”
Ahora,
cuando las noticias de la guerra cada día tienen dificultad para superar el
horror del día anterior me asombro cómo los periódicos en su noticia estelar
realzan la inauguración de los alumbrados navideños en muchas ciudades. A lo mejor es una manera de huir. No había
caído en esa posibilidad. O sea, nos autoengañamos. Hay quien no tiene qué
comer y quien tirita de frío porque un canalla lo ha decidido. ¿Tenemos la
solución? Entonces, ¿por qué puñetas no lo arreglan? Ah, sigo pensando en los
que esta noche pasaran frío bajo el puente de Tetuán…
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