lunes, 21 de noviembre de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Dios bendiga...



21 de noviembre, lunes. Hace unos años me las andaba husmeando por una de esas tiendas que venden ‘recuerdos’. Cuando llegaron los tiempos de expansión del turismo las llamaban ‘tiendas de sourvenirs’. Venden objetos para regalarlos a los amigos cuando uno vuelve de un viaje, a un familiar cercano o para uno mismo.

Están atiborradas. Llenan los estantes o mesas que llenan el espacio. Aprovechan cualquier lugar para que el posible comprador tropiece con ellos. En la mayoría ofrecen tal cantidad de objetos que la atención se dispara y no siempre se acierta a comprar lo que realmente puede suponer una ilusión para la persona en la que se piensa o, incluso, para uno mismo.

Cuando uno regresa de un deambular por otros lugares suele traer objetos, cosas que ocupan sitio en la maleta y cuando ya no caben, entonces, se recurre a las bolsas que nos dejan sin manos. La mayoría, cuando pasa el tiempo uno se pregunta para qué las compró.

Un día te encuentras con la reproducción de un hórreo hecho en no sé qué extraño material, con un jarrón de vidrio soplado de Gordiola de Mallorca, con algo de Murano, con un gallo de cerámica de un lugar perdido de Portugal, - por cierto, me lo pregunto muchas veces, “Ay, Portugal ¿por qué te quiero tanto”? – con una litografía de Montmarte o  con un libro comprado en un puesto callejero en un puente del Sena o en una librería de viejo que recoge los restos de los despojos de casas grandes…

Ahora, que he pasado ya el Ecuador, necesito soltar lastre. Veo que hay cantidad de cosas innecesarias, (me hurtaron mi tiempo y mi dinero), puestas en la vida de los demás, en la mía propia o en alguna parte perdida de una cámara trastera de mi casa con telarañas y a donde no entran ni los gatos.

A lo que iba. Comencé este artículo – pero no lo dije – que, curioseando por una tienda, me encontré con una cerámica. Sobre fondo blanco, con letra azul y  con adornos (otros tenían unas horteradas horribles) alguien había grabado: “Dios bendiga a la persona que no me haga perder el tiempo”. Me he arrepentido de no haberlo comprado (tampoco lo quería para nada). No lo he olvidado. Hoy, ojalá sea merecedor de que ustedes le hayan pedido a Dios ese deseo….

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