21 de noviembre, lunes. Hace
unos años me las andaba husmeando por una de esas tiendas que venden ‘recuerdos’.
Cuando llegaron los tiempos de expansión del turismo las llamaban ‘tiendas de sourvenirs’.
Venden objetos para regalarlos a los amigos cuando uno vuelve de un viaje, a un
familiar cercano o para uno mismo.
Están atiborradas. Llenan los
estantes o mesas que llenan el espacio. Aprovechan cualquier lugar para que el
posible comprador tropiece con ellos. En la mayoría ofrecen tal cantidad de
objetos que la atención se dispara y no siempre se acierta a comprar lo que
realmente puede suponer una ilusión para la persona en la que se piensa o,
incluso, para uno mismo.
Cuando uno regresa de un
deambular por otros lugares suele traer objetos, cosas que ocupan sitio en la
maleta y cuando ya no caben, entonces, se recurre a las bolsas que nos dejan
sin manos. La mayoría, cuando pasa el tiempo uno se pregunta para qué las
compró.
Un día te encuentras con la
reproducción de un hórreo hecho en no sé qué extraño material, con un jarrón de
vidrio soplado de Gordiola de Mallorca, con algo de Murano, con un gallo de
cerámica de un lugar perdido de Portugal, - por cierto, me lo pregunto muchas
veces, “Ay, Portugal ¿por qué te quiero tanto”? – con una litografía de
Montmarte o con un libro comprado en un
puesto callejero en un puente del Sena o en una librería de viejo que recoge
los restos de los despojos de casas grandes…
Ahora, que he pasado ya el
Ecuador, necesito soltar lastre. Veo que hay cantidad de cosas innecesarias, (me
hurtaron mi tiempo y mi dinero), puestas en la vida de los demás, en la mía
propia o en alguna parte perdida de una cámara trastera de mi casa con telarañas
y a donde no entran ni los gatos.
A lo que iba. Comencé este
artículo – pero no lo dije – que, curioseando por una tienda, me encontré con
una cerámica. Sobre fondo blanco, con letra azul y con adornos (otros tenían unas horteradas
horribles) alguien había grabado: “Dios bendiga a la persona que no me haga
perder el tiempo”. Me he arrepentido de no haberlo comprado (tampoco lo quería
para nada). No lo he olvidado. Hoy, ojalá sea merecedor de que ustedes le hayan
pedido a Dios ese deseo….
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