jueves, 3 de noviembre de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. En la oscuridad de la noche

 


3 de noviembre 2022. El niño sentía los “tiuí, tiuí” largos e interminables de los autillos. Los autillos se posaban en las noches de invierno en las casuarinas que orillaban la vía del tren y allí pasaban horas y horas o al menos eso le parecía al niño que escondía la cabeza debajo de la tapa de la cama hasta que el sueño lo rendía.

El niño escuchaba un tropel sordo por el suelo del palomar. Las palomas huían de la presencia de alguna lechuza. Acudía a buscar su alimento diario. Lo encontraba en los pichones indefensos que no podía librarse de ella.

Otras veces, el ruido venía del corral. Eran las cencerras de latón de las cabras. Los animales se espantaban ante alguna sombra imprevista y daban un bandazo rompiendo su quietud bajo el cielo estrellado, frío y distantes.

En el gallinero se producían también alborotos. Podía ser una jineta sigilosa que se percataba de algún agujero abierto en la malla metálica o descubría alguna portezuela que habían olvidado de cerrar y por donde se colaba cuando ya las gallinas se habían recogido…

Si se acercaba una zorra los perros era quienes les hacían frente. El escándalo, monumental. Los perros la detectaban y sus ladridos era el frente abierto para presentarles cara. La zorra, cuando había puesto tierra de por medio, se atrevía a guarrear en la distancia con una valentía propia de los cobardes. Los perros también labraban a la gente que pasaba por el camino, pero era otra manera de encarar el peligro.

Y, en medio de la oscuridad de la noche, entonces, aparecía el tren. El tren venía de lejos, de muy lejos. Una luz atravesaba el campo y se prolongaba por los raíles. Siembre la luz iba por delante y llegaba antes que el ruido atronador de la máquina y de los vagones arrastrados.

El tren solía hacer sonar su pitido agudo mucho antes de llegar al paso a nivel. Luego, el ruido se incrementaba y delataba su cercanía y cuando pasaba por delante de la casa, entonces, ya era atronador y duraba solo el tiempo que tardaba en pasar porque, poco a poco, se desvanecía. En el último vagón del tren, en uno de los laterales, un farol rojo y tintineante anunciaba que aquello era el final…La luz roja se perdía en la oscuridad de la noche.

 

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