Llofriu. Masía de Josep Pla.
9 de
noviembre, miércoles. A media mañana salgo de Barcelona por la
autovía del Litoral. Desde la
estación de Sants, por la calle Valencia – las placas de mármol blanco sucio,
ponen carrer de Valencià – busco el otro extremo de la ciudad. Cruzo Balmes
y Paseo de Gracia y por el extremo de Gran Vía, me acerca al mar.
Badalona me ha parecido una
monstruosidad. La conurbación excesiva se apiña en bloques impersonales. La
gente está encerrada en edificios enormes. Hay ropa tendida en algunos
balcones. El ruido ensordecedor. En Mongat parecen más espaciados los edificio;
por Mataró algo, pinada del Maresme. Tossa de Mar – pasado Lloret – tiene una
cala preciosa.
He tomado algo a pie de
carretera. El cielo plomizo, gris, anodino. El mar, a pie del acantilado, azul
con olas pequeñas que rompen en espuma blanca. De vez en cuando asoma el sol. Tossa
tiene una pequeña ensenada. Hay gente bañándose en la playa. El agua debe estar
fría, pero lo soportan bien. Los arriates de la mediana de la carretera
sembrado de rosales. Rosas blancas, rojas, lilas, preciosas…
Cuando caía la tarde, casi
entre dos luces, me las he andado por Llofríu. Sigo la huella de Pla. En una
glorieta una flecha indica el centro de la población. Es pequeña, diminuta, con
parroquia propia. Está cerrada. Vuelvo sobre mis pasos. La masía de Pla – donde vivió desde 1947 hasta su muerte en 1981 –
está al borde de la carretera. Dos puertas, una metálica; otra, con barrotes de
forja. Impiden el paso. Un letrero dice
que es propiedad privada.
Me voy hacia el cementerio. Pla
está enterrado a unos pasos de su casa. Su entierro fue a las cinco de la tarde
del 24 de abril, cuando al Bajo Ampurdán no había llegado la primavera… Ahora
el que no llega es el otoño. El cementerio también está cerrado. Por entre los
barrotes saco unas fotografías. Me habría gustado otra cosa, pero…
Cae la tarde. Da una cierta
melancolía. No sé qué hacer. Me acerco a una tienda donde venden miel y embutidos
y licores y objetos de recuerdo… Pregunto si tienen algo de Pla. Me dicen que
no. Lo mismo me pasó con Bécquer, en Tarazona; en Moguer, con Juan Ramón; en
Antequera, con Muñoz Rojas… Lo anoto en una hoja suelta del cuaderno de
bitácora. Algún día verá la luz.
Genial. Nací en Gerona, pero me trajeron a Madrid el día que cumplía un año. El primer libro que leí de Pla, en catalán, era Un Viaje por La Costa Brava. Tenia catorce o quince años. En casa se hablaba castellano pero mi madre nos obligaba a practicar el catalán. Seguro que otra vez lo podrás visitar.
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