domingo, 13 de noviembre de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Giralda de L´ Arboç

 

                                     


13 de noviembre, domingo.  No puede ser. Me lo digo a mí mismo. Me lo repito. Debe ser una alucinación, un espejismo. Algo raro que se viene a la mente y uno cree en una realidad que no existe. En la lejanía, entre una maraña de cables que se entrecruzan y las copas de los árboles, diviso una torre. Su parecido con la Giralda, asombroso.  Me afianzo en la incredulidad. A medida que me acerco, me digo: pero si hasta está rematada por un Giraldillo…

La tierra está reseca. A ambos lados, bancales de un color pardo degradado. Es una tierra pedregosa. Está sembrada de olivos, que tiene muy poca copa y la aceituna muy menuda, algunos almendros salpicados y viñedos que en esta época del año muestra los sarmientos ya sin hojas.

Era media mañana. Había salido de Castellet y ahora echaba camiño fuera por medio de Bajo Penedés. Busco Villafranca y luego San Sadurní, pero ahora cuando el sol levanta ya unos palmos del suelo me he encontrado con esta sorpresa. Me acerco a L’Arboç.

Sabía de la existencia de una torre muy similar en Marruecos, la Koutubia de la que dicen que es gemela de la Giralda de Sevilla. El parecido es enorme. Tiene muchos puntos comunes y concomitantes, pero tanto como gemela…

Bueno, a lo que iba. Me documento. Leo que es una construcción neoárabe y responde al capricho de un amante del arte. Se llamaba el hombre Roquer y Marí y fue un obsequio que hizo a su esposa después de un viaje por tierras de Andalucía.

La cosa fue en el siglo XIX, entre 1877 y 1899. La mandó hacer a escala de 1:2 y la plantó en esta tierra de Tarragona. El minarete sevillano alcanza los 104 metros; éste, 52. Desde la lejanía – como el sevillano – sobresales sobre el resto de las construcciones que lo circundan.

La cosa no quedó ahí, el hombre, además, en su interior mandó construir una reproducción – aproximada, claro, - del patio de los leones de la Alhambra… Solo hay que echarse a los caminos y uno puede encontrase con sorpresas muy agradables. Alguien, creo que fue don Miguel de Unamuno, dijo que el nacionalismo se combatía viajando… Llevaba razón, en eso como en tantas otras cosas, don Miguel, porque la belleza puede estar fuera, cerca o lejos de la tierra para la que se programó…

 

 

 

 

 

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