8 de
julio, viernes. La evolución de la agricultura en Andalucía ha
sido espectacular. El hombre del campo ha pasado casi del analfabetismo al
técnico universitario; del arado romano con garganta y ejero, al invernadero de
alimentación fotovoltáica.
La yunta araba la tierra: “cava
hondo, echa estiércol y ríete de los libros de agricultura”. Era la máxima de
algunos bisabuelos. Ahora se usa el satélite que detecta las zonas calientes,
el análisis de sueltos y la biodinámica que produce tomates en Navidad y frutos
de primor donde antes se soleaban los lagartos entre piedras y palmitos.
La agricultura ha llegado a
cotas de producción impensables. Una hectárea de cítricos que no produzcan
entre treinta y cuarenta mil kilos, se considera que no es rentable. La
sociedad pide la eliminación de fertilizantes sólidos y se implanta, a
velocidad de crucero, la agricultura ecológica, respetuosa y sostenible con el
medio ambiente, con la salud del consumidor y con la generación de una riqueza
compartida.
En algunos lugares, la pequeñez
de producción unida al carácter individualista de muchos hombres del campo,
hace que la llegada al mercado, atomizada y sin capacidad de respuesta a los
problemas de logística, repercuta negativamente en los propios agricultores,
primero; en los consumidores, después. Los productos se cotizan, algunos a
precios irrisorios en origen y llegan desorbitados al consumidor que no puede
pagarlos.
El agricultor, experimentado en
fracasos del mundo cooperativo, es reacio a perder su individualismo. Sabe de
otros mundos – EE. UU y países nórdicos, más cercanos – donde le han dicho que
allí sí han triunfado las cooperativas, pero él ha visto como ha fracasado la
de su pueblo o la implantada en otros pueblos que no están lejos del suyo.
El fracaso de las cooperativas
tiene una difusión extraordinaria. Son muchos los intereses que se mueven para
que el asociacionismo no se implante. Lo público tiene ‘mala prensa’ y lo
privado excelente. Lo cierto es que la sandía está por los suelos – en los dos
sentidos de la palabra, por cómo se cría y por cómo se paga al que la produce –
mientras en el mercado de la esquina está casi a precio de jamón de pata negra.
No es fácil la solución, tampoco
está a la puerta. Hay un axioma que no tiene réplica: faltan cooperativistas.
Si fuese de otra manera... Cooperativas productoras y comercializadoras de su propia producción (Menos ‘yo’, y más ‘nosotros’). Asignatura, pendiente.
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