Mar Mediterráneo. Málaga.
4 de
julio, lunes. Mi amigo trabajaba en Barcelona. A mi amigo,
cuando algo interior se le movía como aleteos de deseos por dentro porque se
evoca a la tierra de uno, cogía el coche y se hacía esos más de mil kilómetros
que separan a las dos ciudades que orillan el Mediterráneo…
Mi amigo pasaba el infierno de
las Cuestas del Garraf, y los campos de algarrobos de Castellón, y los vergeles
de Valencia, y eso que ni es estepa ni llanura, pero que desde la Fuente de la
Higuera llevaba por una carretera - ¿de qué orden?- por tierras de Albacete y Murcia y llegaba
Cúllar Baza – porque por ahí decían que se acortaba más camino que por Puerto
Lumbreras – y luego encaraba el Puerto de la Mora y si la cosa estaba mala,
entonces, por Guadix, Moreda e Iznalloz…
Mi amigo dejaba atrás Granada y
Colmenar y entonces, precisamente entonces, en un momento antes de llegar a la
Fuente de la Reina, abajo a los pies junto al mar, ella. Casi siempre era noche
cerrada o amanecía, según, y entonces Málaga - ¿alguien la llamó “novia del
mar” – aparecía expectante, quieta, como quien espera compuesta a quien sabe
que llega…
Un sinfín de curvas, una bajada
precipitada. El cansancio, relegado, porque casi se tocaba con la yema de los
dedos el deseo que impulsó el viaje. Sobre la ciudad, la torre de la catedral
emergía entre la bruma si había viento de levante. Málaga ahí, esperaba como
había hecho siempre con tantos otros.
Alguien cantó: “adiós Málaga la
bella / tierra donde yo nací / fuiste madre para todos / y madrastra para mí…”
Todo se perdonaba. Todo iba a esas alforjas del recuerdo que tan bien saben
guardar los secretos del amor de quien tuvo que partir…
Hace unos días el periódico informaba
del empadronamiento de muchas nuevas familias en Málaga. Es más. Llegaba a
decir que algunos jóvenes de Málaga ya no tenían la necesidad de salir fuera de
su tierra. Aquí, por la conjunción de muchos factores, el crecimiento económico
es de gran importancia. El periódico vendía triunfalismo. Algo de verdad, sin
embargo, encerraba el mensaje.
Málaga, a la que el maestro
Alcántara vio como “la frontera azul, el mar nuestro de cada día. Dánosle hoy,
Señor. Señor, dánosle siempre”, está inmensa como una biznaga en noche de
verano.
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