Estagira. Grecia. En este paisaje creció Aristóteles...
23 de
julio, sábado. El mundo – los que vivimos en el mundo – da
palos de ciego. O sea, palos al aire sin saber ni a quién, ni por qué, ni hacia
dónde. Nos lanzamos hacia algo que, en teoría, nos lleva o creemos que nos
puede llevar a una utopía que se llama felicidad. Ansiamos la felicidad. La
palabra no se cae de la boca. “Feliz
Navidad”, “Feliz cumpleaños”, “Feliz onomástica”, “Feliz Año Nuevo”… No conseguirla,
acarrea frustraciones.
Buscamos y no encontramos.
¿Buscamos en el lugar adecuado? Y segundo ¿qué buscamos? Las dos preguntas
tienen un montón de respuestas. En la vida no todo es negro o blanco. Hay
matices, y en función de que nos acerquemos o nos alejemos pueden ocurrir
muchas cosas.
Decían que el hombre feliz no
tenía camisa. Era una manera de despreciar lo material, ignorarlo y si me
apuran incluso cambiarlo por la espiritualidad. (Pensemos en los anacoretas de
los desiertos). Ahora me viene a la mente una anécdota de un hombre
intelectualmente muy bueno, don Manuel González Ruiz, ensombrecido por la gran
mente de su hermano, José María. “Las monjas, comentaba un día, dicen que no
están en el mundo, que sepamos, en el cielo no están; en el purgatorio,
tampoco; en el infierno, por supuesto que no. ¿Alguien de ustedes sabe decirme
donde están las monjas?
Hay quien busca la felicidad en
el sexo, en la droga, en esa inquietud permanente de poseer más y más, en la
ambición insatisfecha, en el narcisismo, en la aceptación por los otros, en el poder, en cambiar de sitio, de
amigos, de costumbres, de lugares… Da la impresión de que en todo ese
conglomerado se puede vender cualquier cosa menos felicidad.
Aristóteles nació en Estagira
(Grecia) 384 años a. C. y murió con ‘solo’ - ¿ven? la felicidad de alagar la
vida- 62 años después de dejar los
cimientos de la Filosofía clásica, que rige el pensamiento desde entones. Muchos de los pilares que dejó puestos, a
pesar del tiempo transcurrido, no se han modificado.
Por puro azar, me llegó uno de
sus mensajes. Una de esas maneras en las que Aristóteles sentó cátedra. “El fin
principal del hombre, dijo, es lograr la felicidad, pero esta no se deriva del
placer sino de hacer el bien a los demás y cumplir el papel que, cada uno,
tiene, reservado en la vida”. Hasta hoy, nadie ha podido rebatírselo.
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