10 de
julio, domingo. A Ciudad Rodrigo se llega desde Portugal por el
puente Nuevo, que cruza el Águeda entre árboles de ribera. El río nace en
Navasfrías y hace frontera con Portugal y…; desde Salamanca por entre encinares
y dehesas, mohedas y pastizales.
La tierra es ondulada y suave.
Ciudad Rodrigo está en un promontorio. Mira al río. Es un hito casi en la
mediación del camino entre Salamanca y Fuentes de Oñoro. Desde la lejanía
parece una pincelad ocre – como los pueblos de La Toscana, pero sin cipreses –
en los confines del Campo Charro; en la proximidad, una ciudad cargada de
historia por su posición y por su gente. Ciudad ideal: tiene Obispo y no tiene
Gobernador Civil, pues eso… Desde los campos de Camaces, Yeltes, Argañán, Agadones
o Robleda, se acude a resolver problemas del quehacer diario.
Junto al río la vega es fértil
y se siembra de hortalizas y frutales que, en los meses de invierno, parecen
árboles muertos. Luego en primavera, la eclosión de la vida los torna llenos de
colorido.
La ciudad es recoleta y no es
grande, recia y fuerte. De ese color propio que solo tienen las tierras viejas
con mucho arte encima. Encerrada tras sus murallas, se abre al campo por siete
puertas – precisamente, siete – que horadan la muralla y que se llaman ‘del
Sol’, ‘de Santiago’, ‘de la Colada’, ‘de San Vicente’, ‘de Amayuelas’ y ‘del
Conde’. (Y me falta una, pero no anoté el nombre).
El cielo se ve tras las cúpulas del Sagrario,
de la Catedral, por las cúpulas del convento de las Descalzas o por la torre
del homenaje del castillo que Enrique II de Trastamara mandó construir sobre
otro anterior y en ruinas y que siendo una, parecen dos superpuestas.
La plaza Mayor es magnífica; las
calles, estrechas y entrecortadas. Conventos con sabor añejo, tapias de adobe o
de piedra. ¿Qué se encierra detrás de los tapiales de los conventos? Se puede
pensar lo que se quiera. La realidad, la que es.
Puede que en alguna calle
tengan una puerta entreabierta. Se adivina el trabajo primoroso en oro y plata
de filigraneros que labran con golpes secos y acompasados, mientras suena una
música lejana en una radio olvidada. Tañe una campana y la tarde, poco a poco,
extiende sus sombras alargadas y enigmáticas. España desconocida. Tan olvidada
y tan al alcance de la mano…
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