13 de
julio, miércoles. El hombre del tiempo ha puesto en la televisión
un mapa con mucho color de fuego, o sea de calor que abrasa, que achicharra,
que deja a uno anonadado. El hombre del tiempo dice que la ola de calor afecta
a toda la Península y que se mitiga un poco en el Estrecho – desde Trafalgar a
los confines del Mediterráneo – pero ahí lo han cambiado por viento. Tampoco
eso es una novedad.
En cierta ocasión, escuché una
conferencia primorosa a José María Luzón. El hombre hablaba de la navegación de
los fenicios que se vinieron de la otra punta del mar hasta ésta, hasta la
nuestra, casi en los terrenos donde ahora da cornadas a diestro y siniestro el
viento de Levante.
Decía Luzón que los fenicios se
sirvieron de las palomas mensajeras para conectar con los suyos, que esperaban
el regreso de las flotillas a casa y que estaban en Tiro o en Sidón en aquellos
valles del Líbano. En las laderas – las cumbres, en invierno estaban nevadas - crecían los cedros y su madera les servía para
la construcción de embarcaciones y a Salomón para su templo en Jerusalén…
Aquellas palomas sentaron la
base de unas comunicaciones extraordinarias para la época. Desde cualquier
punto frente a Grecia, en el Estrecho de Mesina, o en el Mar de Alborán que
entonces no se llamaba así, aquellos hombres informaban a los suyos de cómo
iban las cosas del comercio por las tierras a las que se acercaban…
La Málaga fenicia – hubo otras
fundaciones, claro – supo de las jábegas que hasta hace unos años se han
construido en los astilleros Nereo, en el Pedregalejo. Después, remontaron el
Guadalhorce y llegaron hasta Álora, que entonces tampoco se llamaba así y tuvo
que esperar un tiempo para que los romanos la bautizaran como Iluro. Dejaron
huellas y restos de tégulas en el Cerro de las Torres…
Vuelan estos días de calor
tórrido, muy temprano bandadas de palomas sobre nuestro cielo. ¿Serán
descendientes de aquellas que los fenicios mandaban para informar de cómo les
iban las cosas? Las fuentes son bebederos propicios para que, a ciertas horas,
se acerquen y se refresquen y beban, porque lo que es acercarse a beber en el
río solo se atrevía a hacerlo la paloma de Antonio Molina, que por cierto era
blanca como dicen que es la Paz, eso que ahora tanto necesitamos…
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