lunes, 11 de julio de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Hemingway y Pamplona


               


               Ernest Hemingwy. Premio Nobel de Literatura 1954


11 de julio, lunes. Don Ernesto estos días debería andar por Pamplona. Don Ernesto echaría el rato en el café Iruña  - por cierto, el primer establecimiento  que tuvo luz eléctrica en Pamplona – y el lugar donde Hemingway tuvo algo así como su ‘sancta sanctorum’.

Don Ernesto se las andaría por la Plaza del Castillo. Muchos años antes, tuvo allí su primer encuentro con la ciudad, era 1923.  Problemas en el hotel donde había reservado plaza – que luego resultó que no – y entre discusiones tuvo una experiencia que contó, porque don Ernesto contó muchas cosas de las que vivió en Pamplona.  “Nos ofrecieron, dijo, un angosto cuarto con una cama que daba al patio de la cocina”.  Fue su primera estancia en el Hotel ‘La Perla’.

En su obra ‘El Verano Peligroso’ narra sus mañanas en los Sanfermines y dice que su vida pública estaba “en el bar Txoko, junto al hotel que años atrás poseía Juanito Quintana”.

Hemigway estuvo en Pamplona por última vez en 1959 y dejó escrito: “Al darme cuenta de que no habían alterado el paisaje y que podía compartirlo con quienes me acompañaban, me sentí más feliz que nunca y ya no me importaban ni las aglomeraciones ni la modernización de Pamplona”.

En “The Sun Also Rises / Fiesta” el protagonista cuenta que después de dar un paseo se encontró con la catedral: “Al final de la calle vi la catedral, y me encaminé hacia ella. La primera vez que la había visto pensé que tenía una fea fachada, pero ahora me gustó”. 

Y agrega: “Entré. Estaba oscuro y los pilares subían altísimo y había gente que rezaba y un fuerte olor a incienso. Las vidrieras eran maravillosamente grandes. Me arrodillé y empecé a rezar, y lo hice por todos en los que pensé: Brett y Mike; Bill y Robert Cohn y yo mismo, y todos los toreros, primero los que me gustaban y luego los demás; volví a rezar por mí…”

 A mí, de todas las obras de don Ernesto, la que me tiene enganchado es El viejo y el mar, premio Pulitzer en 1953 y que le abrió el camino hacia el Premio Nobel en 1954. Su lenguaje de enorme fuerza. Su sencillez, su fuerza y esa manera de contar la historia del viejo pescador abandonado de su suerte. De vivir, ¿don Ernesto se las andaría hoy por Pamplona?

 

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