Ernest Hemingwy. Premio Nobel de Literatura 1954
11 de
julio, lunes. Don Ernesto estos días debería andar por
Pamplona. Don Ernesto echaría el rato en el café Iruña - por cierto, el primer establecimiento que tuvo luz eléctrica en Pamplona – y el
lugar donde Hemingway tuvo algo así como su ‘sancta sanctorum’.
Don Ernesto se las andaría por
la Plaza del Castillo. Muchos años antes, tuvo allí su primer encuentro con la
ciudad, era 1923. Problemas en el hotel
donde había reservado plaza – que luego resultó que no – y entre discusiones tuvo
una experiencia que contó, porque don Ernesto contó muchas cosas de las que
vivió en Pamplona. “Nos ofrecieron,
dijo, un angosto cuarto con una cama que daba al patio de la cocina”. Fue su primera estancia en el Hotel ‘La
Perla’.
En su obra ‘El Verano Peligroso’ narra sus mañanas en los Sanfermines y dice
que su vida pública estaba “en el bar Txoko, junto al hotel que años atrás
poseía Juanito Quintana”.
Hemigway estuvo en Pamplona por
última vez en 1959 y dejó escrito: “Al darme cuenta de que no habían alterado el paisaje y que
podía compartirlo con quienes me acompañaban, me sentí más feliz que nunca y ya
no me importaban ni las aglomeraciones ni la modernización de Pamplona”.
En “The Sun Also Rises /
Fiesta” el protagonista cuenta que después de dar un paseo se encontró con
la catedral: “Al final de la calle vi la
catedral, y me encaminé hacia ella. La primera vez que la había visto pensé que
tenía una fea fachada, pero ahora me gustó”.
Y agrega: “Entré. Estaba oscuro y los pilares
subían altísimo y había gente que rezaba y un fuerte olor a incienso. Las
vidrieras eran maravillosamente grandes. Me arrodillé y empecé a rezar, y lo
hice por todos en los que pensé: Brett y Mike; Bill y Robert Cohn y yo mismo, y
todos los toreros, primero los que me gustaban y luego los demás; volví a rezar
por mí…”
A mí, de
todas las obras de don Ernesto, la que me tiene enganchado es El viejo y el mar, premio Pulitzer en
1953 y que le abrió el camino hacia el Premio Nobel en 1954. Su lenguaje de
enorme fuerza. Su sencillez, su fuerza y esa manera de contar la historia del
viejo pescador abandonado de su suerte. De vivir, ¿don Ernesto se las andaría hoy
por Pamplona?
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