Calar Alto (Almería)
22 de julio,
viernes.
El Calar Alto, en la Sierra de los Filabres, no está donde Cristo dio las tres
voces, pero casi. Su altitud, la baja o nula contaminación lumínica y la zona
expedita facilita el avistamiento del Universo por las noches y si es clara y
de verano, entonces, más.
A Calar alto se puede llegar desde varios
sitios. Directamente desde la autovía Guadix-Almería; desde Gérgal; desde Serón
dejando a un lado, a la izquierda, el abandonado yacimiento minero de otro
tiempo, de Las Menas; desde Bacares después de coronar el Cerro del Layon…
La carretera – más de 2.200 metros de altitud
– de buen piso, salvo en la desviación que conduce al Centro de Investigación
que lleva el Instituto de Astrofísica de Andalucía. Es una carretera de montaña
con muchas curvas y balizas de indicación en las nevadas de invierno,;pinares
de repoblaciones y zonas donde aún pervive la vegetación autóctona: centauras,
retamas, aulagas, esparto… En la cumbre, cúpulas de observación.
En el centro de recepción de visitas
concertadas, una persona experta en astrología, en un vocabulario asequible a
los profanos, explica ‘algo’ del universo. Las constelaciones del Zodiaco, las
que están fuera, los nombres que arbitrariamente les dan los hombres, la
estrella polar perpendicular al eje de la tierra, el por qué se ven estrellas
diferentes en verano o en invierno...
Luego, con un frío que se metía en los huesos
– 14º en la mediación del mes de julio – nos enseñaban con un telescopio esas
partes del Cosmos, incluido Saturno con su anillo, que desde las tierra es solo una estrella más,
salvo que no parpadea porque que es un planetas y que no son accesibles al ojo
humano. Solo pueden verse a través del telescopio.
Nebulosas, constelaciones, estrellas a más de
¡venticinco mil años luz! (Sabiendo que la luz del sol tarda ocho minutos en
atravesar su zona de influencia, o sea el sistema solar…) Distancias siderales,
inalcanzables, por su exageración, a la capacidad de asombro de la mente
humana.
Cuando terminó la experiencia le comenté a la
persona que nos acompañaba que sacaba dos conclusiones: la presencia de alguien
que rige todo eso y al que yo llamo Dios y mi insignificancia, ante la magnitud
de todo lo que había podido encontrar en medio de aquella oscuridad con un frío
aterrador. La chica me contestó que la naturaleza es asombrosa. No entré en
discusión. Solo supe que Dios estaba allí.
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