Ronda, embrujo tras la reja, flores en los balcones...
25 de mayo, miércoles. A la hora que llegues, la ciudad te tendrá reservada alguna sorpresa. Sabrás que has entrado en tierra de leyenda. Camina en paz contigo mismo. Al fondo, la serranía, entre velos de niebla da apellido a Ronda; en cualquier balcón ahíto de gitanillas - como éste que se ha puesto a tiro de foto de mi amigo Fulgencio - una evocación, un sueño…
Pedro Romero en piedra te verá pasar como a los grupos de guiris. Entra si quieres en los soportales del graderío de la Real Maestranza: Los han convertido en museo taurino. Cabezas de toros disecadas, capotes de paseo, trajes de luces, carteles, notas sueltas...
Dedícale
tu atención a un libro de “Oficios de Semana Santa”. En sus guardas dice con
letra clara “Soy de Pedro Romero.
Plaza de toros de Ronda
la de los toreros machos…”
Descubre Santa María la Mayor y en la plaza a la que se abre su puerta principal, la paz con que Ronda ha sabido arropar a sus hijos preclaros: Vicente Espinel, el del Pícaro Marcos de Obregón, – hay quien dice que es su biografía -, el de la “décima o espinela”. Ahora, con busto coronado de laurel oye - que no escucha - impasible las campanadas de la iglesia.
Recorre
la balconada del Tajo. Siente la sensación de vacío bajo tus pies; graznan las
grajillas: aprovechan las corrientes de aire para planear sus vuelos. El
Guadalevín, los molinos a media ladera… Tú, como si nada, deja que se pierda la
vista por las cumbres de la Serranía… De verdad que uno siente por dentro algo
que no se siente en muchos lugares.
Debes
ir a la Plaza del Socorro y degustar las yemas del Tajo. Hazlo. Después baja a
la judería. Ándala. Es la mejor manera de conocerla. Vete hacia donde la Posada
de la Ánimas. Pocos nombres tan evocadores y emotivos. Déjate envolver;
piérdete sin rumbo ni hora por sus calles. Al regreso comprenderás porqué Rilke
- y tantos otros - sintieron, como tú, su hechizo.
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