20 de
mayo, viernes. Dicen que con ese nombre se conoce lo que viene
antes del comienzo de una obra. Vamos, casi la entrada. Dice el hombre del
tiempo que este año se adelanta el verano. ¿Preludio? No, no. Simple y
sencillamente, mala leche.
Se las andan con temperaturas
altas en algunas zonas del Valle del Guadalquivir. Puede parecer algo así como
un síntoma de normalidad, pero que tengan lo que dicen los termómetros por
encima de los 38º y casi 40º entonces, eso ya son otros lópeces.
Alguien me dijo que mientras el
termómetro se queda dentro de los treinta grados, a eso se le llama ‘el calor’;
cuando se superan los cuarenta, cambia de género, el masculino se transforma en
femenino y se le llama ‘la calor’.
Cuestión de apreciación. Nada más.
Lo cierto es que la luna llena,
bellísima, de hace unos días, ha dado paso a noches de calor. Noche de ventanas
abiertas en las que uno desvelado, sueña con cielos estrellados de lunares
pequeñitos de colores bajo un suspiro de esperanza - ¿por qué a la esperanza la
pintan siempre de verde? – que oculta un bosque negro, profundo inalcanzable en
su infinitud.
El viento y el sol implacable
de las siestas, han secado las lomas de Virote, y las cunetas de los caminos.
Ya no hay verde en los bordes de las carreteras. La yerba se ha tornado pajiza.
Se bambolean al viento las espiguitas secas. Han perdido su policromía –
amarillas y blancas - las margaritas y
las malvas apuran sus últimos tonos lilas.
En pocos días hemos pasado de
los verdes tiernos y suaves a los amarillos traspillados. Son amarillos que van
a estar con nosotros hasta que el otoño llame a la puerta - ¿otro preludio? – y
deje las primeras lluvias y los cuerpos entonces se nos ponen de otra manera…
Pero ¡está todo eso tan lejos!
Ahora estamos en la
trasmutación no deseada. Ahora se nos acaba el canto de los pájaros melodiosos
y vendrán los de las cigarras en las horas plomizas de la siesta y los de los
abejarucos que aprovechan las corrientes térmicas y siembran el pánico en el
colmenar. En la lejanía, por donde careen las cabras o el rebaño de ovejas, una
nube de polvo seco será la delatora de su presencia. Y mientras tanto
estaremos, una vez más, en la espera. El hombre siempre espera y espera…
No hay comentarios:
Publicar un comentario