Rosaleda del Parque del Retiro. Madrid
16 de
mayo, lunes. “Adiós Madrid; adiós tu Prado y fuentes que
manan néctar, llueven ambrosías… “Lo escribió Cervantes en su Viaje del Parnaso en 1614. Naturalmente
Cervantes no conocía – entre otras cosas porque no estaba hecha – la rosaleda
del Parque del Retiro.
La rosaleda nació en 1915 como
diseño de un señor – yo no lo he visto escrito así en ningún sitio, pero
alguien que diseña tanta belleza, los que somos del pueblo llano, o sea normal
y corriente, lo llamamos ‘señor’ - de Valladolid, Cecilio Rodríguez, que entró
como aprendiz de jardinero con ocho años.
Pasó por diferentes puestos.
Naturalmente lo pusieron verde y no por el tema de las plantas, como que no,
sino porque el pueblo de Madrid, cosa muy normal en él, cuando algo no va con
su gusto – ¿se acuerdan de los motines
por el recorte de capas y sombreros y limpieza de calles con Esquilache y
Carlos III? – pues la lían. En este caso alegaban que acotando espacios para
jardines, quitaba lugares de expansión… ¡Cosas veredes, amigo Sancho!
El diseño de la rosaleda, elíptica,
se basa en la Rosaleda de Bagatelle en el Bois de Boulogne de París. Cualquier
cosa. Es un Paisaje de Luz, un paisaje cultural. Junto a ella se instala cada
año la Feria del Libro de Madrid. La rosaleda acoge más de ciento cincuenta
variedades de rosales que proceden de diferentes puntos de Europa. En su
conjunto pueden superarse sin lugar a error, más de cinco mil quinientos
rosales.
Durante la Guerra Civil fue
totalmente destruida. Posteriormente se reconstruyó a principios de los años
cuarenta. Hoy es un referente – conjuntamente con la rosaleda del Parque del
Oeste, diseñada por Ramón Ortiz Ferré, discípulo de don Cecilio-, una visita
obligada de peregrinación porque hay que cargar las pilas de todos los amantes
de las rosas.
Tiene Madrid, cuando uno llega
a ella, muchas visitas pendientes. A veces, hay que posponer algunas. Como en
aquellos puntos que no se negociaban en las huelgas, hay tres que no se tocan.
Un paseo por mayo, a sus rosaledas; pecar en alguno de sus santuarios de
gastronomía y una vista a la Casa del Libro. Yo, en esta, con el pie casi en el
estribo me he pasado por el Retiro, por el pecado del yantar y por la Casa del
Libro, en la de Alcalá 96… ¡Hay pecados que tienen cien años de perdón!
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