Amapolas en La Mancha
15 de mayo, domingo. Cuando crucé la extensa llanura
era otra hora. No era esa que tanto me gusta recordar y de la que habla
Cervantes en el capítulo IV de la primera parte de El Quijote. Esa que
comienza: “la del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan
contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el
gozo el reventaba por las cinchas de caballo”.
Era esa hora en que las ovejas
acarradas buscan pasar el tiempo largo de la siesta que en La Mancha es algo
así como si de pronto se entreabrieran las puertas y las ventanas del infierno…
Era esa hora en que las palomas buscan la sombra en el brocal del pozo y las
cojugadas se las andan por entre el cereal espigado y las amapolas lo pone
ahíto de color.
El solano fuerte de estos días
ha empezado a secar el campo. En La Mancha, también lo llaman moriscote. Es un
viento recio. Es el viento que movía las piedras de los molinos en el Campo de
Criptana…. “Que no, mi señor, que no son gigantes sino molinos de vientos…” ¿Se
acuerdan?
En pocos días, La Mancha que
era una enorme pradera verde, tierna y suave, se va tornando, en campos
amarillos, resecos. Esos campos que, en otro tiempo, en estas fechas esperaban,
la hoz de los segadores gallegos que bajaban por Castilla la Vieja, entonces,
hasta estos del hombre que quería arreglar el mundo. ¡Cómo si este puñetero
mundo tuviese arreglo!
Todavía, - porque no es tiempo,
aún – no han llegado las cosechadoras. Detrás de ellas siempre va una nube de
polvo denso, que si no sopla el viento se queda como flotando sin ir a ninguna
parte; otras veces, es una nube que se pierde por el horizonte.
Las viñas – como puntos de un
telegrama de vida – brotaron a finales de marzo y primeros de abril. Las viñas,
por no sé qué extraña razón, me evocan un poco a Azorín. Parecen una sucesión
de puntos, de comas, de puntos y coma, antes que se formen los racimos y llegue
el envero y luego… bueno, ¡anda que luego, no hay ratos de conversación con lo
que sale de las viñas!
Atrás queda Madrid, Villa y
Corte, acogedora y sorprendente de la que uno se aleja, pero no se va y siempre
añora volver. Sobre los montes de Toledo se forma una cadena de nubes. Es una
tormenta. Es una tormenta lejana. Es una amenaza…
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